martes, septiembre 14, 2010

— Una nueva oportunidad para un viejo mendigo— Cap. 20

El mismo día siguiente, Alfredo salió a buscar otra casa donde arrendar. Con Cristian habían concordado en que no debía ser muy lejos de donde estaban, tanto por no alejarse de la pensión de doña María, como para que Cristian pudiera estar cerca de sus pocos amigos que tenía en el barrio: El Antuco, doña Soledad, y Tito. Aunque respecto de este último, se le hacía difícil conservar esa amistad, considerando el peligro en que estaba envuelto Tito.
Hasta el Jueves de esa semana, no habían encontrado nada. La señora Luisa, del almacén donde compraban el pan y otras cosas menudas, les había colocado un aviso en su vitrina, solicitando arrendar casa, y el precio que estaban dispuesto a pagar. Doña Soledad se las arregló para conseguir que en el supermercado también publicaran un aviso. El Viernes parecía que habían resuelto el asunto, pero resultó que la casa que se ofrecía, estaba al lado de una de las familias que traficaban drogas. Alfredo se opuso terminantemente a arrendarla, y por supuesto Cristian lo respaldó. Nélida estuvo tranquilizada toda esa semana, ya que, con la presencia de Alfredo, se cuidaba de exponer su interés por Cristian.
El Sábado, en la mañana, Cristian recuerda visitar al “Poeta Copete”. Después de relatarle los acontecimientos del Domingo, y de la buena reacción de Alfredo, el viejo vagabundo no podía parar de reír. Según él, eso demostraba que nunca se llega a conocer realmente a las personas. Pero lo que lo dejó mudo de asombro, fue cuando se enteró de la invitación de doña Soledad a tomar onces...
— ¿Estás seguro, marinero, que fue a mí a quién se refería? ¿No te habrás confundido?

— No, no me he confundido. Ella dijo bien claro que deseaba que usted aceptara tomar onces con ella y conmigo.

— Ay, Dios... esa señora debe estar mas loca que yo –balbucea el viejo, tomándose la cabeza a dos manos, mientras se pasea de acá para allá–. ¿A quién se le ocurriría invitar a un vagabundo borrachín a su casa? ¡¡Y a tomar onces!! Ja, ja, ja, ja, ja. Ensuciaría todos sus lindos sillones con mi ropa “limpia” ja, ja, ja. ¿Estás seguro, hijo, de lo que estás diciendo?...

— Ya se lo dije a usted. Ella quiere que vaya a su casa. Tendría que preguntarle a ella porqué lo hace, no a mí –responde divertido Cristian, al ver la confusión del pobre hombre.
El Poeta copete se sienta en una de las rocas de la playa, tomándose su mentón y quedándose largo rato meditando, como queriendo entender qué es lo que sucede. Luego de un instante, se incorpora y se dirige a Cristian pensativo...
— Tienes razón, marinero –dice poniendo su mano en el hombro del joven–. La única forma de desentrañar este misterio, es concurriendo a casa de la señora... “confundida”, y preguntárselo a ella misma.

— Ella quería que usted pudiera ir hoy. Dice que le haría unos panes amasados para que probara su mano...

— ¿Panes amasados? ¿Calientitos? ¡Por mi copete! –exclama el viejo, llevándose sus manos a la cabeza–. Ja, ja, ja, ja. El que estaría loco, sería yo si no acepto esa invitación, ja, ja, ja...¿Y tú, marinero... estarás allí también?

— Por supuesto, ja, ja, ja. –responde divertido, Cristian–. No me perdería por nada del mundo las exquisiteces que cocina la señora Soledad...

— ¿Ah, sí?... ¡Qué te parece! Algo me dice que seremos concurrentes muy asiduos de esa amable... señora confundida, ja, ja, ja. Pero espera un poco... –dice el viejo, deteniendo de pronto su jolgorio, y reflejando una inesperada seriedad en su rostro.

— ¿Qué pasa...? –murmura preocupado el joven.

— Es que no puedo ir y entrar así nada más a casa de esa amable señora, en esta facha –responde el viejo, con un dejo de tristeza en su voz–. Mira mis andrajos, y mis zapatos rotos, me caería de vergüenza sentarme en su sillón en estas condiciones...No, no, no. No podré aceptar, marinero... No sabes cuanto lo siento, pero, no.

— Yo sabía que usted diría eso...

— Y si lo sabías, ¿porqué me invitaste, hijo? ¿Pretendías burlarte de este pobre viejo tonto? –interrumpe algo molesto, el viejo, con sus ojos vidriosos.

— Por favor, no crea eso de mí. Yo sería incapaz de burlarme de usted. Usted ha sido como... ha sido muy amable conmigo –responde el joven con sinceridad. Es que yo ya hablé con mi tío y...

— ¿Con tu tío Alfredo? –pregunta el viejo, con una mezcla de estupefacción y sorpresa–. ¿Y no te dijo nada por haber entablado amistad con un viejo pordiosero como yo?

— No, no dijo nada. Bueno sí dijo, pero nada malo....

— ¿Y qué dijo, si se puede saber?

— Dijo que era muy difícil hoy día encontrar personas de buen corazón como usted, y manifestó su deseo de conocerlo, para darle las gracias por tratar de ayudarme.

— ¿Eso dijo? Vaya... se ve que ese joven no es ningún estirado. Pero por otro lado, es un cándido en confiar así no mas en alguien a quien ni siquiera conoce. Yo en su lugar, no te habría permitido seguir con esta amistad...

— ¿No me habría permitido? –responde incrédulo el joven, con un dejo de humor e ironía en su voz, que termina por divertir al viejo.

— Bueno, ja, ja, ja... Creo que al final te habrías salido con la tuya, ja, ja, ja. Pero en fin... ¿Qué es lo que conversaste con tu tío...?

— El dijo que si usted respondía, como lo hizo, que yo le llevara a nuestra pieza y que allí el podría ... regalarle una ropa que el tiene para que usted pueda ir a visitar a doña Soledad –responde el joven, con sigilo y prudencia, tratando de no ofender al viejo.

— ¿Dijo esoo? –responde el viejo abriendo desmesuradamente sus ojos, sin poder dar crédito a lo que oye–. Pero si eso no lo hace nadie hoy en día... ¿Con qué criaron a tu tío?, ¿con leche de las monjas?, ja, ja, ja.
El viejo y el joven ríen de buena gana ante esta extraña situación. Luego de unas cuántas preguntas más, por parte del viejo, finalmente ambos se dirigen a la pieza de Cristian, como a eso del mediodía. Ante una inicial inquietud y duda nerviosa por parte del viejo, finalmente se atreve a ingresar al cuarto del joven. Alfredo no está, ya que debió dirigirse a ver al capitán para recibir nuevas instrucciones para sus pesquisas. De modo que el viejo y el joven, examinan varios pantalones y camisas que Alfredo guarda en el baúl, y que pertenecieran a su Padre, don Benancio.
— Oye, marinero... ¿Estos pantalones usa tu tío? Son de mi época y bastante anchos para un joven como él, ja, ja, ja.

— En realidad no son de él. Son de mi abuelo, Benancio.

— ¿Tu abuelo? ¿No dijiste que tu abuelo... había....?

— Oh, sí. Mi abuelo está fallecido, pero es que mi tío guardó esta ropa como recuerdo o algo así dijo... no recuerdo bien.

— ...Y este viejo está privándolo de esos lindos recuerdos –responde el viejo, con un dejo de tristeza en su voz.

— No se apene por eso. Mi tío dijo que la ropa es la herencia de los pobres. Al menos eso siempre decía también mi abuelo. Decía que cada vez que uno la usaba, recordaba a su antiguo dueño, y así mantenía su recuerdo. En cambio guardada en un baúl, es fácil olvidarse de la ropa y de aquel a quien perteneció. Cosas de mi abuelo.

— Me hubiera gustado haber conocido a tu abuelo, marinero. Se percibe que era un hombre que tenía la sabiduría que entrega la vida –responde con una sonrisa el viejo, mientras se encaja los pantalones–. Mira...¿cómo se me ven?

— Muy bien... parece que fueran de usted.

— ¿Verdad que sí? Ja, ja, ja. Ahora soy un hombre elegante y de mucha alcurnia –dice divertido, adoptando una pose caricaturesca de gran señor.

— ¿Le gustaría darse un baño? –pregunta temeroso el joven, temiendo ofender al viejo.

— ¿Un baño? ¿Un baño dices tú? ¿Con agua dulce y todo?, Ja,ja,ja –responde contento el viejo, mientras se saca los pantalones–. Ya no recuerdo cuándo me di el último baño con agua dulce. Solo me baño en el mar, pero el agua salada me pica el cuerpo... Así es que ... mejor no me baño, ja, ja, ja, ja.
La risa franca del viejo, hace que Cristian le muestre su dedo índice sobre sus labios, pidiéndole silencio, al mismo tiempo que señala la ventana de Tito.
— Ooop... Perdón marinero –responde el viejo, interrumpiendo abruptamente su risotada –olvidé que no estamos en mi pocilga, ja, ja, ja.

— Está bien, no se preocupe, los dueños de casa son amigos. De todos modos es mejor no llamar mucho la atención.
Mientras el viejo se ducha en el cuarto contiguo al WC. Cristian selecciona alguna ropa interior y unos zapatos de Alfredo. Una vez que el Poeta Copete está de regreso en el cuarto, Cristian le ayuda a ponerse una de las camisas blancas de su abuelo. Una vez vestido y calzado los zapatos, que le han quedado un poco grandes, pero cómodos, el viejo se mira en el espejo de la pared. Su rostro barbudo y desaliñado contrasta con las ropas limpias que lleva. Se queda observándose por lago rato mientras se pasa su mano por el mentón. Luego peina sus canosos cabellos hacia atrás, ayudado por el joven.
— Mejor ni te cuento, como salió el agua de la ducha, ja, ja, ja –dice el viejo mientras Cristian ordena sus largos cabellos–. Si se tapa el caño, tendré que pagar indemnización al municipio ja, ja, ja.

— No creo que sea para tanto ja, ja, ja –responde el joven siguiendo la humorada–. En todo caso a mi me sucedió lo mismo la primera vez que llegué de Ovalle, ja, ja, ja.

— Oye, marinero... ¿Cómo es esa... esa señora confundida... la que nos invitó a tomar onces.

— ¿Doña Soledad? Bueno, en una buena persona. Ella es viuda y nunca tuvo hijos. Vive sola con su perrito. A veces se desequilibra emocionalmente, pero no siempre le ocurre eso.

— Sé de lo que hablas. Aunque tu no lo creas, a veces a mi me parece que yo también pierdo la cordura. Tengo recuerdos que me corroen el alma y es muy difícil vivir con sentimientos de culpa como los míos. Quizás algún día te platique de ello...
El viejo se calla al sentir que su voz se quiebra por la emoción. Cristian guarda respetuoso silencio sin agregar palabra alguna. En sus pensamientos recuerda lo que le contó Licha acerca del viejo. No puede menos que compadecerlo. Luego de un instante, el viejo recupera la compostura.
— ¿No crees que el pelo se me vería mejor, amarrado como cola de caballo, marinero?

— Yo creo que sí, don Odiceo –responde Cristian condescendiente–. Se le vería más de acuerdo con su ropa.

— Ja, ja, ja, No me digas Odiceo, marinero, que me haces reír –dice abruptamente el viejo–. Ese nombre me lo puse yo y se siente raro en boca tuya. Te voy a contar un secreto, pero será solo para ti. Te diré mi verdadero nombre. Pero haz de prometerme no mencionarlo delante de otras personas.

— Claro... como usted diga...Pero... ¿Cómo deberé llamarlo?

— “Señor Poeta”. Así me gusta que me llames. Me hace sentir... importante –. responde el viejo, casi con solemnidad, poniéndose de pié y elevando uno de sus brazos como si se dispusiera a declamar uno de sus poemas–. “Señor Poeta”... ja, ja, ja Poeta pordiosero... pero poeta al fin. Sí señor, ja, ja, ja.

— ¿Y cómo es su nombre verdadero, señor poeta? –dice solemnemente el joven siguiendo el juego al viejo.

— Mi nombre es... Rodrigo... –responde con solemnidad, y paseándose por el cuarto, mientras mueve sus brazos declamando–. “Rodrigo... como el mío Cid. Como el Cid campeador, marinero. Guerrero de mil batallas, soberbio y altanero al desafiar a la muerte misma. No hay brazo que se haya mantenido firme frente a mi temple. Defensor de damas hidalgas e indefensas, (siempre que sean hermosas) –dice con picardía, guiñando un ojo al muchacho–, y del oprimido, y del pobre y del andariego y de todo aquel que no tenga ayudador. Mi mano es su mano, y mi brazo, su protección. ¡No temáis borrachos de la tierra!, que aquí tenéis a vuestro adalid, abrazad mi causa, y os prometo que vuestra vida estará llena de aventuras y romance.”

— ¡Bravo! ¡bravo! –exclama Cristian, mientras aplaude entusiasmado. El viejo termina su monólogo con una amplia y caricaturesca reverencia.

Cristian y el Poeta copete, se dirigen a casa de doña Soledad. La mujer los recibe afectuosa y efusivamente. Insiste en que se acomoden en el mejor de sus sillones. Luego de ofrecerles una limonada fría, se sienta frente al viejo poeta con una sonrisa de satisfacción, difícil de disimular.
— No sabe usted, las ganas que tenía de conocerlo –dice la mujer entrelazando sus manos, delante de su expresiva sonrisa.

— ¿Ah sí? –pregunta halagado el viejo, respondiendo a la sonrisa de la mujer–. Seguramente el marinero le habrá exagerado las cosas acerca de mi.

— Al contrario –responde doña Soledad–. Cristiancito es un jovencito muy serio, y todo lo que me ha contado de usted, debe ser cierto.

— ¿Y qué le ha dicho de mi? A ver. Veamos si ha sido objetivo y equilibrado –responde el viejo, inclinándose hacia atrás en el sillón, y poniendo uno de sus brazos sobre el respaldar.

— Me ha dicho que usted es una persona con mucha educación. Y no me diga que no, pues ya lo estoy comprobando. Usted usa un vocabulario muy agradable. Se nota que es una persona muy educada...

— Oh, no se crea todo lo que ve, querida dama –responde el viejo en tono divertido–. Usted sabe que “no todo lo que brilla es oro” ¿verdad?, ja, ja, ja.

— Don Ro... don... eh... el señor poeta me hace recordar a mi abuelo Benancio con sus dichos –interviene Cristian.

— Está bien, marinero... puedes llamarme Rodrigo –dice el viejo al notar la perturbación del joven–. Esta bella dama no es como las otras personas que he conocido. No hay problema en que sepa mi verdadero nombre.–concluye el viejo, mientras besa la mano de doña Soledad quién no puede disimular su complacencia con su risita nerviosa. Cristian abre desmesuradamente sus ojos de sorpresa al notar con qué facilidad el viejo accede a revelar su verdadero nombre, después de prohibírselo con tanta insistencia en su cuarto.

— ¿Ah, si? –dice en tono divertido doña Soledad, mientras le ofrece un dulce al viejo, que éste no demora en recibir y engullir–. ¿Y cómo son las otras personas a las que usted ha conocido?

— Ah, mi bella dama... Usted no se imagina cómo está el mundo hoy día –responde con un suspiro el viejo–. Pululan los engreídos y los mentirosos y lo hipócritas. Estos últimos son los que mas me disgustan.

— ¡Creo que nos vamos a entender muy bien lo dos, amigo poeta! –exclama la mujer, muy complacida–. A mi me indignan las mismas cosas...

— Rodrigo...

— ¿Cómo? –pregunta extrañada doña Soledad.

— Rodrigo es mi nombre, bella dama. Usted puede llamarme Rodrigo.

— ¡Que bello Nombre!... “Rodrigo”, como el Cid Campeador, ji, ji, ji.

— ¿Viste marinero? –dice el viejo, dirigiéndose a Cristian–. Estamos conectados con esta bella señora. Algo me dice que seremos buenos compinches, ja, ja, ja.
La velada transcurre entre risas y las bromas ingeniosas del viejo, celebradas efusivamente por doña Soledad y Cristian. Luego de dar cuenta de cuanto dulce o comida quedara, (cosa que el viejo alaba en cada mordisco por la buena mano al cocinar de doña Soledad), el viejo menciona el problema por el cual atraviesa el joven, por la situación de Nélida y su tío.
— Usted aconsejó muy bien al marinero, mi bella dama. Y la providencia se encargó de que las cosas salieran bien. ¿Qué te dijo tu tío, hijo? –pregunta el viejo.

— Dijo que por ahora dejaríamos que Nélida piense que nos engaña a los dos –responde el joven con prudencia. Sabe que no debe delatar las actividades policiales de su tío, aún a estas buenas personas–. Dice que él esperará el momento apropiado cuando se lo descubrirá.

— Tu tío es una persona muy especial, Cristiancito –dice doña Soledad–. Se nota que fue bien enseñado por tu abuelo.

— Espero que eso no te traiga problemas con “la araña”, marinero.

— No los traerá. Mi tío ya no subirá a la mina. Desde la próxima semana trabajará aquí en la ciudad. Además nos cambiaremos de casa.

— Ay, si. De veras que andas en eso. Ojalá no sea muy lejos de aquí, Cristiancito. No me gustaría perder tu amistad –dice la mujer con un dejo de tristeza–. En el supermercado no ha habido novedades con el aviso que me pusieron.

— Traten que sea una casa bien abrigada –dice el viejo–. Pronto llegará el invierno, y las noches están cada vez más frías.

— Ay, me imagino cómo debe sufrir usted, don Rodrigo, viviendo a la intemperie con todo ese frío que hace en las noches de invierno –dice doña Soledad, con pena.

— No voy a negarle que algunas noches son muy difíciles de superar –responde don Rodrigo–. Sin embargo no es todo el año. En verano y primavera es muy agradable dormir bajo las estrellas. Se siente la magnificencia del universo, la libertad de las aves, la identidad del viento –dice, cerrando sus ojos y haciendo ademanes elegantes.

— Uy, don Rodrigo –dice visiblemente emocionada doña Soledad, llevando sus dos manos entrejuntas a su boca, ante al sonrisa complacida de Cristian–, es usted un magnífico poeta, ji, ji, ji. Cristiancito ya me lo había dicho, pero ahora lo compruebo por mi misma. ¿Hace mucho que usted escribe poesía?

— No, para nada, mi estimada dama –responde el viejo–. El poeta copete, solo apareció cuando la vida me jugó una mala pasada. Usted no imagina lo que el dolor, la soledad y la desesperación pueden hacer en el alma de una persona. Si algo debo agradecer a esta vida negra mía, es haber removido el sarro de mi corazón y haberme hecho más humano. Ahora, desde mi presente, puedo mirar al pasado y darme cuenta de cuántas estupideces cometemos cuando no estamos concientes de nuestra naturaleza. Pero en fin... –dice con un suspiro– . Si no aprendemos “por las buenas”, la vida se encarga de enseñarnos por las malas...ja, ja, ja, ja.

— Ja, ja, ja... usted tiene toda la razón, don Rodrigo –responde la mujer–. ¡Y que lo diga! A mi me sucede exactamente lo mismo. Desde que perdí... desde que se fue mi esposo y quedé sola, he tenido mucho tiempo para pensar, y he experimentado lo mismo que usted relata.

— ¿Acaso su esposo la abandonó? –pregunta el viejo con seño fruncido y un dejo de compasión en la voz.

— Sí... –interrumpe Cristian–, su esposo la abandonó y se fue para Argentina...¿Verdad señora Soledad?

— Pero qué falta de bondad de parte de su esposo... –exclama el viejo–. Cómo puede haber personas tan egoístas... Me imagino que usted estará muy enfadada por ello, bella dama...

— Disculpe señora Soledad –dice Cristian, avergonzado, al notar la incomodidad de la mujer–. No debí mencionarlo...

— No, no... No es eso, Cristiancito...es que... –la mujer se queda un tanto perturbada –. Lo que sucede es que no te conté toda la verdad, hijo... perdóname...

— No tiene porqué disculparse, señora Sole –responde el joven–. Son cosas personales que usted no tiene ninguna obligación de contarme...

— Pero quiero hacerlo, hijo. Ya te considero como de mi familia, y no quiero que haya mentiras entre nosotros.

La mujer saca un pañuelo de su manga, y seca sus ojos húmedos por la emoción, mientras el viejo y el joven observan la escena en respetuoso silencio.

— En realidad mi esposo no me abandonó –continúa la mujer con voz entrecortada por le emoción–. Él fue uno de los detenidos desaparecidos para el pronunciamiento militar de 1973. Era dirigente vecinal de un partido político de izquierda. Una noche los militares lo vinieron a buscar como a las tres de la madrugada. Aún lo recuerdo despidiéndose de mí. En sus ojitos se veía que sabía que nunca más nos volveríamos a ver. Lloré toda esa noche... Me dijo... “Nunca olvides que siempre te amé y siempre te amaré”... Y nunca lo he olvidado, a pesar de que Dios sabe cuánto lo he intentado –agrega prorrumpiendo en llanto.
El viejo se sienta al lado de doña Soledad, rodeándola con sus brazos, acariciando sus cabellos en un gesto consolador. Cristian no puede evitar que sus ojos derramen lágrimas de compasión por el sufrimiento de la pobre mujer.
— Entiendo cómo debe sufrir, bella dama –dice en tono consolador el viejo–. El recuerdo es como un aguijón que nos tortura cada día que pasa. Y Dios no nos permite olvidarlo... quizás para recordarnos cuán indefensos somos ante esta ingrata vida. Pero debemos seguir sufriendo esta soledad con entereza. Quizás algún día Él se apiade de nuestro sufrimiento y nos permita algún momento de felicidad antes de que nos llame a su santo reino.
Ahí estaba nuevamente ese “Santo Reino”. Cristian no puede evitar llenar su cabeza de preguntas sin respuestas. ¿Las tendría algún día?

Luego de pasar ese momento de tensión emocional, doña Soledad, ya mas repuesta, trajo su álbum de fotografías para mostrarlas al viejo. Cristian se imaginó la cara que habría puesto el Antuco si hubiera estado allí. No pudo evitar sonreír ante esa imagen mental.
— Don Rodrigo –dice sonriente doña Soledad, una vez que han terminado de ojear el álbum–. Quiero proponerle algo, pero prométame que no se va a ofender...

— Nada podría ofenderme si viene de usted, mi bella dama –responde teatralmente el viejo–. Usted dirá...

— ¿Porqué no se viene a vivir a mi casa? Yo tengo un cuartito de madera en mi patio que antes arrendaba y que tiene cuarto de baño separado... usted podría servirme de compañía y protección. Así yo no tendría que preocuparme que alguien me asalte por vivir sola. ¿Qué le parece?
El viejo se ha quedado boquiabierto sin atinar a responder, ante lo inesperado del ofrecimiento. Solo atina mirarse con Cristian, quien también no sabe cómo reaccionar ante lo inesperado de la situación.
— Pero... –responde casi tartamudeando el viejo– ¿Usted está en sus cabales? ... No se ofenda, pero si ni siquiera me conoce –agrega, mirando desconcertado al joven–. ¿Cómo sabe si soy una mala persona y le hago daño? No creo que sea prudente para usted...

— ¿Usted una mala persona? –responde riendo la mujer–. No me haga reír. Usted no es ningún desconocido, don Rodrigo, ji, ji, ji. Además usted me va a perdonar, pero yo sé reconocer de inmediato a las personas. Nunca me he equivocado. Y usted tiene un corazón que no le cabe en el pecho... y no me lo va a discutir. Pero si usted encuentra que es poca cosa lo que yo le ofrezco... –dice con fingida afección.

— ¿Poca cosa? ¿Poca cosa, dice usted?... ¡Por favor!... –responde el viejo con sus ojos humedecidos por la emoción–. Si jamás nadie me ha tratado como usted, bella señora. Y yo solo soy un viejo borrachín que no le importa a nadie y...
La emoción no le deja continuar, quebrándosele la voz en un sonido gutural. Momento que doña Soledad aprovecha para aliviar la tensión del momento.

— ¡Cómo se le ocurre decir eso, mi estimado don Rodrigo!... Entonces, no se diga más –dice la mujer, poniéndose de pie y dirigiéndose a Cristian, quien apenas se recupera de todo ese episodio sorpresivo–. Cristiancito, mañana mismo acompañas a don Rodrigo para que se instale en su cuarto.

— Pero, pero no tengo dinero con qué pagar el arriendo... –protesta débilmente el viejo, mirando a Cristian como pidiendo ayuda.

— Nadie le ha dicho que debe pagar, nada –responde la mujer–. Por lo demás si quiere contribuir con algo, hay muchas reparaciones que hay que hacer en esta vieja casa, y yo no puedo encargarme de ellas. La mano de un hombre será muy bienvenida ¿No cree?

— Ni lo diga –responde ya mas repuesto el viejo poeta–, yo sé carpintería y gasfitería. Con gusto me sentiré obligado a hacer esas reparaciones. Además noté que a su pequeño jardín le hace falta una buena poda...
Esa noche Cristian tuvo dificultades en conciliar el sueño. No dejaba de pensar en la dirección que estaban tomando los acontecimientos. Le alegraba sobremanera que la vida del viejo poeta estuviera cambiando para bien... y la de doña Soledad también. Sintonizaban muy bien los dos, como diría el Poeta copete. Es como si estuvieran hechos el uno para el otro... Quizás... tal vez... No. Era demasiado loco, siquiera pensarlo. El rostro de su abuelo se le antoja guiñándole un ojo.



FIN DEL CAPÍTULO 20

viernes, junio 18, 2010

— Los secretos de Alfredo — Capítulo 19

“LOS SECRETOS DE ALFREDO”
Luego de darse un baño, Cristian se dirige a casa de Nélida. Espera que esté presente doña María. Solo de ese modo podrá poner en práctica los consejos del viejo “Poeta copete”. Lo extraño para él, es que el consejo del mendigo resulta casi idéntico al que le ofreciera la señora Soledad “La loca”. Casi se diría que se pusieron de acuerdo para aconsejarlo. Respira hondo. Sabe que necesitará mucho valor y sangre fría para llevar a cabo sus planes. Pero solo de ese modo su tío le creerá y podrá tomar una escisión sobre su relación con Nélida.

En casa de Nélida, las dos mujeres le reciben con mucho afecto y jolgorio. Doña María ya tiene dispuestos los cubiertos para el almuerzo. Un mantel nuevo decora la mesa. Después del almuerzo, y durante la sobremesa, doña María domina la conversación con sus cuentos graciosos y su risa caricaturesca.

— Ay, Cris’ —dice doña María, con entrecortada voz— Me da tanta penita que tu tío no haya podido estar aquí para tu cumpleaños ayer. Pero ¿sabes? Con tanta emoción y tanta lágrima, se nos olvidó cantarte el “cumpleaños feliz”, ji, ji, ji. Pero ahora te lo cantamos con Nila....

Después de cantar el estribillo unas dos veces (bastante desafinado por parte de doña María), las dos mujeres besuquéan en las mejillas al joven.

— Gracias —balbucea incómodo Cristian.
— Ay, mi amor, es lo menos que podemos hacer —dice Nélida.
— Me gustaría que una vez que llegue don Alfred’ pudieran venir los dos mas tarde –dice festiva, doña María–. Podríamos servirnos algunos dulces y bebidas, mientras Nélida y Alfred’ pueden bailar un poquito ¿No crees, Cris’?
— Sería bonito, sí. Me gustaría –responde el joven.
— ¿Te gustaría? –pregunta sorprendida Nélida.
— Si, me gustaría ¿Porqué? ¿Le extraña?
— No...es decir, sí... algo –responde confundida Nélida–. Es que siempre que te hemos invitado a venir en la noche, te has excusado.
— Es que ahora es por su cumpleaños, pues Nila –interrumpe doña María –. Es una ocasión especial verdad Cris’?
— Si, señora María. Lo único es que ojalá mi tío no venga muy cansado y no quiera.
— Bueno, si dice que no quiere, me avisas y yo lo voy a buscar –dice complacida Nélida, devorando a Cristian con sus ojos.

El último comentario de la muchacha hace pensar a Cristian, que las cosas saldrán mejor de lo que se había propuesto. Pareciera que el “Poeta copete” hubiera sido adivino o algo así.

Luego de visitar a la señora Soledad después de almuerzo y contarle los últimos pormenores del día, se dirige a su cuarto a dormir una siesta. Deberá estar muy calmado para lo que se avecina. Le divierte algo, la insistencia de la señora Soledad en conocer al viejo “Poeta Copete”. Si hasta le pidió que uno de estos días le invitara a tomar onces con ellos y el Antuco. “Haz todo lo que ese buen hombre te recomendó, hijo” —le había dicho— “No puedo imaginar mejor consejo”.

Luego de dormir un poco, se dirigió a tomar onces donde doña María. Nélida estaba muy eufórica con la idea de tener a Alfredo y Cristian en una “velada íntima” como ella la había catalogado. Luego de preparar los pormenores, Cristian se dirige a su cuarto como a las 21:30 horas a esperar a Alfredo, cuando éste baje de la minera.

Como a las diez de la noche Alfredo llega al cuarto. Luego de saludar efusivamente a Cristian por su cumpleaños, se da un baño mientras canta a todo pulmón. Cristian no puede dejar de reír al recordar las palabras de Tito en cuanto al canto de su tío. El recuerdo de Tito, le hace volver su dolor de estómago. Sabe que deberá contarle a su tío todo el problema en que Tito está metido. Paciente espera que Alfredo se cambie ropa.

— ¿Sabes, sobrino regalón? Vengo tan cansado que de buenas ganas me acostaría sin comer. No tengo ni ganas de ir donde doña María.
— Ellas quieren que vayamos los dos a tomar unas bebidas y dulces, por mi cumpleaños.
— ¿Ah sí? ¿Y tú quieres ir?
— La verdad no me anima mucho la idea, pero las vi tan entusiasmadas, que les dije que bueno.
— ¡Puchas!. Qué le vamos a hacer. Tendremos que hacernos los amables no más.

A Cristian le salta el corazón desbocadamente, pero sabe que debe actuar. Se arma de valor para tocar el tema a Alfredo.

— Alfredo. Tengo algo muy delicado que decirte...
— ¿Algo delicado? ¿Qué pasa sobrino? ¿Te ocurrió algo malo? .

Alfredo no puede disimular su preocupación que se refleja en su rostro.

— En realidad... sí. Pero quiero pedir tu paciencia y me permitas decírtelo... de...una manera especial...
— ¿Especial? No te entiendo Cristiancito... me estás preocupando.
— Tiene que ver con Nélida... pero...
— ¿Nélida? ¿Qué hay con ella? ¿Le pasó algo?
— No.... no. No es eso... pero
— No me vayas a decir que te faltó el respeto –dice Alfredo en tono serio–. Porque soy capaz de ir a ponerla en su lugar de inmediato.

Cristian abre sus ojos estupefacto. Nunca imaginó que su tío se pusiera así de su parte, aún sin escuchar su relato. Casi tartamudeando sigue con sus palabras...

— ¿Cómo sabes....?
— Sobrino... Si no soy tonto, ni tengo la cara de imbécil. ¿Crees que no me doy cuenta cómo te mira y te provoca? ¿Qué te hizo, Cristiancito?
— La verdad es que me gustaría que tu escucharas de ella lo que pasó, y por eso quiero pedirte un favor. No quiero que ella niegue lo que hizo y me culpe a mí –dice Cristian bajando la vista perturbado.
— Mira sobrino.... Cualquier cosa que tu me cuentes, es para mi la verdad absoluta. Yo te conozco mas de lo que tu te imaginas. También la conozco a ella, y sé las cosas que se dicen de ella en el barrio. De las cuales, estoy seguro, muchas deben ser verdad.
— ¿Lo sabes?
— Por supuesto, pues Cristian. Si no soy ningún cándido.
— ¿Y entonces...¿ Porqué pololeas con ella?...
— Ay, sobrino regalón –dice Alfredo abrazando a Cristian tiernamente y acariciando sus cabellos–. Hay cosas que no he podido contarte aún. Pero confía en mi. Hay razones de peso que con el tiempo te contaré.
— Gracias por confiar en mi, Alfredo –balbucea emocionado Cristian, mientras se abraza fuertemente a su tío, cediendo a las lágrimas.
— Sobrino, sobrino... –responde Alfredo emocionándose también.
— Y yo que quería hacer que ella lo reconociera sin que se diera cuenta.
— ¿Ah sí? –responde mas repuesto Alfredo y soltando a su sobrino–. ¿Y cómo pensabas hacerlo?
— Quería pedirte que te escondieras en el Ropero de plástico y yo traería a Nélida a buscarte. Y cuando pensara que estábamos solos, le preguntaría de porqué me hizo lo que hizo, y así tu podrías escucharlo.
— Ay, Cristian, ya me estoy imaginando lo que te hizo, y me parte el alma por ti –dice Alfredo llevándose sus manos a la cabeza, visiblemente perturbado y apenado.

— Yo creía que tu te enojarías conmigo por traicionar tu confianza....

— ¿Enojarme contigo? Por supuesto que no, pues sobrino. Con quien estoy furioso es con ella, por aprovecharse de mi confianza y tu candidez.



Cristian relata todo el penoso episodio del día anterior a Alfredo, quien mudo por la impotencia, escucha a su sobrino, casi sin poder creer de lo que fue capaz Nélida. También Cristian le relata los consejos que le dieron la Señora Soledad y el Poeta Copete, cosa que divierte y enternece al mismo tiempo a Alfredo, manifestando que le gustaría mucho conocer a ese interesante personaje de la playa. Luego de tranquilizar a Cristian, Alfredo decide ir a la “velada íntima” preparada por su Polola, como si nada hubiera sucedido.



— ¿Le dirás que yo te conté...? –pregunta preocupado Cristian.

— No, sobrino. Esto es lo que haremos por ahora: No le diremos nada a esa... a esa descarada. La dejaremos que crea que nos tiene engañados a los dos. Debo hacer algo antes, y no puedo enemistarme con ella todavía. Ya lo entenderás.

— Pero... ella tratará de....

— No te preocupes por eso, Cristian. No tendrá oportunidad de hacerlo. La próxima semana es muy probable que mi empresa me cambie a una faena en la ciudad. No tendré que subir más a la minera. Así nos veremos todos los días y no tendrás que estar a solas con ella.

— ¡Qué buena noticia, Alfredo! ¡Podremos vernos todos los días!

— Así es. Y pronto te tendré otra sorpresa que te alegrará más aún. Pero por ahora permíteme no contártelo ¿si?

— Está bien...”Alfred” –responde sonriente Cristian, recuperando su buen humor.

— ¿Y cómo ha estado Tito? ¿Sigue invitándote a sus fiestas locas?

La pregunta de Alfredo le hace retorcer sus intestinos. Casi había olvidado ese otro trago amargo. Con calma y con tino, relata a Alfredo todo lo que oyó de la conversación de Tito con el traficante de drogas. Alfredo responde tomándose el mentón, con un dejo de preocupación, pero muy ensimismado en sus pensamientos. Casi se diría que la noticia no le ha sorprendido en lo absoluto.



— ¿Crees que Tito esté enviciado con las drogas, Alfredo? –pregunta con preocupación Cristian.

— Espero que no, Cristian. Pero independiente de eso, lo que está haciendo Tito al vender drogas, es algo muy peligroso y además un delito muy grave. Lo lamento por su familia, ya que son unas lindas personas. Cómo pudo ese muchacho necio involucrarse en eso... Espero no sea demasiado tarde para ayudarlo.



Tío y Sobrino se abrazan emocionados. Después de un momento, se dirigen a casa de Nélida. Por acuerdo de ambos, Cristian se esfuerza para no hacer sospechar a la muchacha que su tío ya lo sabe todo. Nélida no percibe nada anormal y de vez en cuando guiña un ojo a Cristian. Alfredo también lo hace, lo que no deja de divertir a Cristian ante tan extraña situación. Después de bailar un poco con Nélida, Alfredo se excusa por su cansancio y junto a Cristian se retiran a su cuarto a descansar.



Las palabras de su abuelo resuenan en la mente de Cristian...



“Los viejos tienen la sabiduría del tiempo, chatito, si tan solo los jóvenes supieran prestar atención a sus consejos... ¡cuantos problemas se evitarían!”.



Ese Lunes Alfredo cumplió su promesa a Cristian, y después de clases le llevó a un restauran del centro a comer comida china. Cristian estaba encantado con los pequeños fritos llamados “wantan”. Cristian le observa complacido. Luego de servirse una carne picante que fascinó al Joven, Alfredo le llevó al cine.

De regreso en su cuarto, Cristian pasa al pequeño cuartucho de WC. Al regresar al cuarto, su tío toma su lugar en el baño. Cristian nota en el ropero de plástico el pequeño bolso negro con el que su tío llegó de la minera, semi-abierto. Un objeto brillante asoma por el cierre medio descorrido. La curiosidad lleva a Cristian a ver mas de cerca el objeto. Su corazón da un vuelco al notar que se trata de un revolver. Sin poder evitarlo lo toma en sus manos justo cuando Alfredo entra al cuarto. Cristian lo mira pálido, con el revolver en su mano.



— ¡Cristian! –alcanza a exclamar Alfredo, mientras su sobrino lo mira atónito y boquiabierto.

— Perdón... yo, yo....

— No te disculpes, el necio soy yo por haber sido tan descuidado.



Un torbellino de ideas pasa por la mente de Cristian. Se imagina a su tío involucrado con los narcotraficantes, delincuentes o quizás qué otra calamidad absurda... Alfredo se apresura a tomar el arma de las manos de su sobrino, y la mete al fondo del bolso de mano. Luego se sienta en la cama, e invita con un gesto a Cristian a sentarse a su lado.



— Mañana –dice lentamente, como tratando de tranquilizar al joven–, faltarás a clases e iremos a un lugar en el centro de la ciudad. Creo que ha llegado el momento de que lo sepas todo. Solo te pido que confíes en mi y no pienses nada malo. No estoy metido en nada ilegal, si es eso lo que te preocupa. Pero prefiero que veas con tus propios ojos la situación y así no tendrás dudas acerca de mi. Alfredo abraza fuertemente a su sobrino, para infundirle ánimo y afecto.



Esa noche, Cristian apenas puede conciliar el sueño. Los últimos sucesos de estos tres días han sido demasiado para él. Y ahora esto. Su llanto quedo finalmente lo sume en un profundo letargo.



Al día siguiente, temprano, sin desayunar, se dirigen al centro en un taxi colectivo. Al llegar al centro, se encaminan a un edificio antiguo, alto, de unos cuatro pisos, ubicado en una calle no muy céntrica. Al llegar, Cristian nota que todos los que están allí saludan con cierta familiaridad, pero al mismo tiempo con formalidad a su tío. Un hombre, formalmente vestido, los hace ingresar a una oficina espaciosa y sobria. Cristian nota en las paredes, algunos cuadros que contienen diplomas y pergaminos. Unas letras grandes, en metal, se encuentran justo arriba del escritorio principal “POCE”. Ambos toman asiento en un cómodo diván de cuero. Alfredo solo se limita a sonreír a su sobrino sin emitir palabra. Al cabo de unos instantes, un hombre grueso, medio calvo, formalmente vestido, ingresa a la oficina. Alfredo se pone de pié de forma automática.

— Buenos días Capitán.

— Buenas, Antonio... ¿Este es tu sobrino...? –pregunta el hombre tomando asiento e invitando con un además a Alfredo a hacer lo propio. Cristian ha permanecido sentado, pero muy nervioso. Aún no entiende nada de lo que está pasando, y menos el porqué el hombre ha llamado “Antonio”, a su tío..

— Si, Capitán. Este es mi sobrino de quien le hablé.

— ¿Estás seguro de lo que estás.....?

— Sí, señor –responde Alfredo sin dejar terminar la frase al oficial–. Creo que ya no se puede esperar más.

— Está bien. Si tú así lo quieres. Sin embargo te recuerdo los riesgos envueltos en esto...

— Lo se, capitán. Estoy conciente de ello. Asumo las consecuencias.

— Bien... Tu decides, aún cuando conoces mi opinión.

El hombre se queda mirando un largo instante a Cristian, observándolo detenidamente, con sus manos tomadas, como si quisiera escrutar hasta los más mínimos detalles de la figura del joven. Luego se reclina hacia atrás en su sillón y por fin, le dirige la palabra al joven que le observa intrigado.

— Jovencito.... Seguro te preguntarás qué es todo esto y porqué tu tío te ha traído aquí. Bueno, te diré que estás en las oficinas de la policía civil, y este es el departamento de operaciones encubiertas.

Cristian da una mirada de interrogación a su tío, quién solo atina a hacerle un gesto para que siga escuchando las explicaciones del oficial.



— Tu tío... Alfredo es lo que podríamos llamar un policía secreto en operaciones encubiertas. Trabajamos infiltrándonos en células delictivas para desbaratar sus operaciones de narcotráfico. Estamos en medio de una operación que ya a durado unos ocho meses, y de la cual esperamos aprehender a un importante grupo de narcotraficantes que operan en la zona.



El oficial hace una larga pausa, como si dudara en entregar información a este joven adolescente a quien acaba de conocer y que le mira con cara de asustado. Luego de dar una mirada de resignación a Alfredo, continúa su explicación...



— Algo que debes saber, jovencito, es que los riesgos que corre tu tío, son sumamente altos. Por ello es imperativo que todo lo que has escuchado aquí, y lo que de seguro te enterarás con relación a este caso, debe permanecer absolutamente confidencial. Nadie más debe enterarse de esto... ¿Entiendes lo que digo, hijo?

— Sí, señor. Entiendo –responde casi susurrando al oficial.

— ¡Excelente! No pretendo asustarte, pero tu tío arriesga su vida cada día en esta operación –continúa el capitán, con su seño fruncido y con voz grave–. Podrás imaginar lo que le sucedería si esos delincuentes se llegaran a enterar que tu tío es policía.

Cristian siente que todos los bellos de su cuerpo se le erizan. Una angustia creciente por Alfredo y lo que le pudiera ocurrir, le hace dar una mirada agónica a su tío. Alfredo lo tranquiliza poniendo su mano sobre su brazo derecho.



— Bien –concluye el oficial, poniéndose de pié y poniendo fin a la conversación–. No creo necesario que debas saber nada mas de todo este asunto, por tu propia seguridad y la de tu tío.



El oficial extiende la mano a Cristian, a modo de despedida. Después de murmurar algunas instrucciones a Alfredo, se retira de la oficina, dejando a los dos jóvenes solos en el despacho. Apenas el capitán cierra la puerta, Cristian no puede mas guardar la compostura y se deja caer abrumado en el sillón. Alfredo se sienta a su lado y le tranquiliza.



— Tranquilo, sobrino regalón –le dice con afecto–. La cosa no es tan terrible como parece.

— Pero Alfredo... el señor dijo que arriesgas tu vida todos los días... –protesta quedo Cristian–. ¿Te imaginas que te pase algo terrible? Quedaría solo en el mundo, no tengo a nadie mas que a ti.



Lágrimas sinceras salen de los ojos brillosos del joven. Se le hace una enorme tragedia solo pensar en quedarse solo sin su amado tío. Alfredo sin agregar palabra lo abraza tiernamente, mientras se pone de pie invitando a hacer lo mismo a su sobrino con un gesto.



— Vamos, iremos a desayunar en el centro y ahí conversaremos del tema. No te preocupes demasiado. No es primera vez que estoy en este tipo de peligros, y sé cómo cuidarme.



Luego de caminar unas cuadras hacia el sector céntrico de la ciudad, ingresan a un café. Alfredo busca un rincón apartado de los pocos clientes que hay en el local a esa hora de la mañana. Luego que el encargado les trae el pedido para desayunar, Alfredo inicia su explicación a su sobrino.

— Mira Cristian. Lo que te dijo el capitán, debes tomarlo con tranquilidad. El exageró un poco el asunto para que tu no vayas a comentar esto con nadie. Él no te conoce y seguramente pensó que, por ser adolescente, serías imprudente con esta información.

— Pero yo jamás imaginé que tu....

— ¿Qué fuera policía? Bueno, es lo que siempre soñé ser. Desde que tenía mas o menos tu edad, que quise ingresar a la policía civil.

— ¿Y desde cuándo eres policía?

— Desde hace unos diez años, mas o menos...

— ¿Y nunca se lo dijiste a nadie?

— Bueno, cuando quise ingresar a la escuela de investigaciones, tu abuelo, mi padre, se opuso enérgicamente. Cuando cumplí los dieciocho años me fui a la capital sin su consentimiento. Por eso que estuvo molesto conmigo por mucho tiempo.. Aunque nunca le dije que había ingresado a la policía, el viejo parece que lo sospechaba. Una vez llamó a la escuela policial preguntando si yo estaba matriculado. Como yo ya había advertido a la telefonista que él podría llamar, lo negaron.

— ¿Y por qué te viniste a Antofagasta?

— Bueno en realidad, me asignaron a esta prefectura una vez que egresé de la Escuela. Después de unos años, me ofrecí para trabajar en el POCE, y me aceptaron.

— ¿Qué es “POCE”? Recuerdo haber visto esas letras en la pared de la oficina donde me llevaste.

— Son las siglas para “Policía Civil Encubierta”. La verdad es que no a cualquiera aceptan en esta división. Deben ser personas de una alta moralidad y espíritu de servicio. Es personal de suma confianza de la jefatura.

— Pero... ¿Y tu trabajo en la compañía minera?

— Ah, bueno. Esa es una fachada que uso para mi trabajo policial.

— ¿Quieres decir que no es un trabajo verdadero?

— Oh, no... Claro que es verdadero. Solo que no es importante. Uno de los oficiales me consiguió ese empleo. Llevo varios años trabajando con un subcontratista. Como se supone que yo doy atención calificada en máquinas para la minería, puedo ingresar y salir libremente de la faena, sin despertar sospechas. Como uso radio comunicadores para las faenas, nadie sospecha que al mismo tiempo es mi comunicador con la prefectura. Precisamente este trabajo me permitió entrar en contacto con el grupo de narcotraficantes que estamos investigando.

— ¿Y has estado en mucho peligro? Me refiero ¿qué te pudieran matar?

— Bueno, no es tan terrible como te lo pintó el capitán, pero sí una vez estuve en verdadero peligro cuando estuvieron a punto de descubrir que era policía.

— ¿Y cómo sucedió?

— Uno de los delincuentes me escuchó hablando con el capitán por el radio trasmisor, y me siguió por varios días sin que yo lo notara.

— ¡Qué susto! ¿Y Cómo....?

— Bueno, cuando me di cuenta que me seguía, lo increpé con rudeza, y amenacé con matarlo si me seguía molestando. Dentro de los narcotraficantes, me tienen cierto respeto, pues creen que maté a uno de los delincuentes más temidos.

— ¿Y lo mataste?

— Bueno, no. Lo hizo otro de los delincuentes, pero ellos no lo supieron. Creen que lo hice yo. No me he molestado en desmentirlo, pues me sirve como protección.

— ¿Y el que lo mató no te delató?

— Difícil que lo haga. Está muerto.

— ¿Lo...?

— No. Yo no lo maté. Se ahogó nadando borracho en la playa. Eso fue muy providencial para mi.

— Y al que amenazaste... ¿no te ha vuelto a seguir?

— No. Yo lo denuncié a uno de los jefes de los Narcotraficantes y le dijeron que si seguía importunándome, ellos mismos lo iban a matar.

— ¿Tanta confianza te tienen?

— Al parecer si, pero me ha costado años ganarme su confianza. He participado en varias operaciones de trafico de drogas con ellos. Pero en esto uno nunca está completamente seguro de nada. Hoy día te dan la mano, y al día siguiente te pueden dar un balazo... y ya.

— Me dijiste que no podías enemistarte con la señorita Nélida... ¿Eso tiene que ver con...?



Al parecer la pregunta de Cristian, perturbó a Alfredo, ya que después de un profundo suspiro, guardó silencio por un instante...



— Uf, sobrino... tocaste un tema muy delicado... ¿Me permitirías que no habláramos de eso por ahora? Te prometo que en su debido momento te lo contaré...

— Está bien, Alfredo no te preocupes.

— Solo te adelantaré que casi me desbaratas mucho trabajo efectuado, si me hubieras hecho enemistar con ella. Pero gracias a Dios, eso no sucedió.



Cristian no puede dejar de pensar en que algo turbio hay con Nélida y todo ese trabajo policial que efectúa Alfredo. Pero prefiere no anticiparse a nada y esperar pacientemente que Alfredo se lo revele algún día.



— ¿ Y ganas mucho dinero con eso de las drogas...? ¿Cómo....?

— Eres bastante perspicaz, sobrino regalón –dice riendo divertido Alfredo, mientras sacude el cabello de su sobrino–. Claro que sí. No te imaginas la cantidad de dinero que se gana con el narcotráfico. Por eso es tan difícil de desarraigar.

— Pero tu vives en un cuarto pequeño conmigo....¿cómo...?

— Ja, ja, ja. Sabía que llegarías a esa conclusión. La parte que no sabes, es que todo el dinero que he ganado por el negocio de la droga, va completito a la prefectura, donde me hacen un recibo y pasa a formar parte de las evidencias que se usarán en contra de los narcos una vez que sean aprehendidos. Además mi conciencia no me permitiría gastar dinero en mi, que ha salido del sufrimiento de tanto desdichado.

— ¿Pero los delincuentes no sospecharían si ven que no usas el dinero?

— Oye...ja, ja, ja.... tú deberías ser policía también con esa capacidad que tienes de sacar conclusiones, ja, ja, ja. Claro que lo uso, pues sobrino. Solo que lo justo y necesario. Además les he hecho creer que estoy ahorrando todo el dinero que puedo para comprarme una mansión en el sur. Ellos saben que vivo en el cuartucho de la casa de Tito. Ellos mismos me sugirieron que viviera modestamente para no hacer surgir sospechas. Pero luego nos cambiaremos de allí a un lugar más cómodo.

— ¿Esa es la otra buena noticia que me ibas a dar?

— Exacto, colega policía, ja, ja, ja. Ahora que ya no tendré que subir a la minera, podemos hacerlo con mas confianza.

— ¿Porqué ya no subirás? ¿El capitán...?

— No, no, no. Esto no tiene nada que ver con la policía. En verdad mi jefe de la empresa subcontratista me va a enviar a supervisar equipos que las mineras tienen en la ciudad. Me lo comunicaron este domingo pasado, en la mañana.

— ¡Qué bueno es eso!

— Lo único malo, es que estando aquí abajo, no podré hacer ciertos trabajos con los delincuentes. Tendré que hacer ajustes al respecto.

— Alfredo.... ¿No has pensado retirarte de la policía...?

— Si me hubieras hecho esa pregunta antes que muriera mi viejo, te habría dicho que no, que por ningún motivo... Pero ahora que las circunstancias ha cambiado.... no sé... La verdad es que lo he estado considerando seriamente. Más ahora que me he tenido que hacer cargo de tu educación. Este trabajo es muy peligroso, y se hace aún mas cuando debo velar por tu seguridad. Puede que por venganza atenten contra ti. Ese pensamiento no me ha dejado dormir estos últimos días.



Tío y sobrino se abrazan afectuosamente, sin proponérselo. Sus ojos vidriosos delatan sus emociones a flor de piel. Después de pagar la cuenta, se retiran del lugar, abrazados como dos viejos amigos.



Cristian está feliz de que ya no haya tantos misterios entre ambos. Pero un dejo de preocupación se ha alojado en su joven corazón.



—FIN DEL CAPÍTULO 19—

lunes, abril 28, 2008

—ODISEO, EL POETA COPETE-Cap.18

Capítulo 18

Al día siguiente, Domingo, Cristian despierta tarde, alrededor de las once de la mañana. No puede dejar de pensar en todos los acontecimientos del día anterior. Quisiera creer que todo es una simple pesadilla, y que pronto volverá a Chalinga a casa de sus abuelos. Se levanta con desgano al cuartucho del baño “privado”. Al mirarse al espejo se percata de sus ojeras. Recuerda que desde la muerte de su abuelo no había llorado tanto. Le sorprende que Tito no lo haya ido a despertar a las diez, como suele hacerlo, para invitarlo a sus “pichangas-patadas”. Después de estirar su cama, sale a la calle. El solo pensar que mas tarde debe ir a almorzar a casa de Nélida, le aloja un nudo en el estómago. Sus pies le llevan en dirección al mar, bajando la calle a través de la gente que compra en el supermercado, indiferentes a su drama. Con esfuerzo logra reprimir el llanto. Su soledad se vuelve gigantesca, insoportable. El día frío y nublado, cerca de los roqueríos de la playa, parece enmarcado a propósito para el drama... para un corazón desconcertado y sumido en el más grande de los lamentos. Sin percibirlo, se dirige al lugar donde inesperadamente se encontrara con Licha, aquel Domingo por la mañana, a fines de Abril. El mar movido, y con sus olas golpeando las rocas, le recuerda los relatos marineros de su abuelo, como aquella vez en que, siendo joven, se salvó “por la que Dios es grande no más”, decía. Había estado toda la noche nadando contra las olas, cuando se volcó su bote. Lo encontraron a la mañana siguiente, desmayado y rígido de frío en una playa del litoral.
—“La vida es lo mismo, “chatito lindo” –decía, mientras arreglaba los zapatos de Cristian, sentado en su silla metálica verde–. Si uno no nada y no lucha, se lo lleva la corriente nomás.
—“¿Y cómo se lucha, tata? –preguntaba el niño, en cuclillas al lado del viejo, observando atentamente el zapaterear de don Benancio.
—“Contra la corriente, pu’ “chatito lindo”. Contra la corriente. Nunca hay que dejar que otros te obliguen a hacer lo que tú no quieres. Y más si lo que te piden es algo malo. No te olvidís’ nunca que el buen Dios nos ve desde el cielo –decía apuntando al cielo con su cuchillo zapatero–. Él te ayudará si tú se lo pides, como me ayudó a mí cuando se me dio vuelta “La Julita” en el mar.
—“¿Y cómo me ayudará, tata’?
—“ Ah, bueno, Él tiene muchas maneras de hacerlo, “chatito”. Lo que hay que hacer, es tener “buen ojo” pa’ darse cuenta cuando te está tratando de ayudar. A veces “diaonde” uno menos lo espera. A veces la gente más humilde, los que desprecian los demás, son los más sabios, hijo. Nunca dejes de hacer caso de los consejos de los viejos. Esa puede ser la ‘mesmísima’ ayuda del tata Dios –decía señalando al cielo.
Para Cristian esos recuerdos parecen cobrar sentido, y una mayor comprensión ahora, considerando los últimos acontecimientos. Busca el sitio resguardado del viento donde conversara la última vez con Licha. Recuerda que la muchacha le dijo que le gustaba venir a ese sitio cuando se sentía triste. Le invade una extraña tranquilidad, cómo si los problemas que afronta se hicieran tan insignificantes, ante la posibilidad de recibir ayuda de “donde uno menos se lo espera”.
A lo lejos divisa a un viejo sentado en una roca, al parecer escribiendo algo en un cuaderno. De pronto se le antoja a su abuelo en la silla metálica arreglando sus zapatos de la escuela. Sin poder evitarlo, se incorpora y se acerca al viejo. La chaqueta raída y sucia del viejo, con su solapa subida para evitar el viento; su barba y cabellera canosa y revuelta, le dan un aspecto casi artístico. Como un modelo de esos cuadros al óleo, pintados por algún impresionista, que harían las delicias de un fotógrafo oportunista. El joven se detiene a cierta distancia a observarlo, temeroso de interrumpir la labor del viejo, quien, con un lápiz apegado a sus labios, dirige su mirada al cielo, como si tratara de recoger alguna idea que estampar en su viejo cuaderno. Luego de un instante, vuelve a escribir, siendo detenido por una persistente tos que le impide seguir. Saca del bolsillo de su chaqueta un arrugado pañuelo con el que seca sus labios. En ese instante se percata de la presencia del muchacho, y le sonríe. Con un gesto de su mano, le indica que se acerque. Cristian, un tanto indeciso, se acerca lentamente al viejo.
—¿Desde dónde te trae el viento, marinero?.
La pregunta le suena sumamente extraña al muchacho...
—¿Cómo?...
—El viento... ¿desde dónde te trae? –repite el viejo con una afable sonrisa–. ¿De una discusión en casa? ¿ Del aburrimiento, el hastío, o desde una pena?
—No entiendo... perdone...
—Ah, no te apenes. Me sucede siempre –dice sonriendo–. Creo tontamente que las personas entienden lo que estoy pensando o que comprenden mis cavilaciones –dice llevándose una mano a la nuca, como volviendo a la realidad–. Es que a veces me desconecto del mundo y me introduzco en la fantasía de la poesía. ¿Cómo te llamas, hijo?...
—Cristian Aliaga... ¿Y usted?
—¿Yo?. Me puse “Odiseo”. Me gusta ese nombre. Claro que los otros vagos como yo, me llaman “El Poeta Copete”. Ja, ja, ja. Es que tengo algún problema con el trago ¿sabes? Ja, ja, ja.
—¿Porqué me hizo esa pregunta recién? –dice curioso el joven.
—¿Lo del viento dices?...Ah, ja, ja, ja. Es que a esta hora nadie viene a la playa, y menos con este viento. A no ser que lo traiga alguna pena, o el deseo de estar a solas con sus pensamientos... ¿me equivoco?
—No. Tiene razón... Quería estar solo. Es que tengo algunos problemas y...
—¡Bienvenido al mundo de los problemas –interrumpe el viejo poniéndose de pié y levantando sus dos brazos, mirando al cielo y alzando la voz–,... y de las penas y las injusticias y de todo lo que apesta! Ja, ja, ja. ¿Sabes qué le falta a este mundo, hijo? –pregunta casi susurrado...
—¿Qué cosa? –pregunta el muchacho intrigado..
—Una gran mecha en el centro y que tú y yo la podamos encender para que haga ¡PUUMM!, Ja, ja, ja. –grita el viejo, sobresaltando al muchacho por lo inesperado de la exclamación.
Cristian, se le queda mirando confundido, pensando que tal vez el viejo esté trastornado o algo así. La cara de sorpresa del muchacho solo hace que al viejo le dé un ataque de risa escandalosa...
—Ja, ja, ja, ja, ja... No, no estoy loco, hijo, ja, ja, ja, ja... No te asustes –dice el viejo, adivinando los pensamientos del joven–. Es que yo soy así, ja, ja, ja ... me gusta decir lo que pienso, gritarlo al viento. Es mi forma de golpear al mundo, de pagarle en algo la enorme maldad que hay en él.
La voz del viejo se torna seria, casi solemne. Cristian repara en las manos del viejo. Bien cuidadas y de uñas limpias aunque largas.
—Ven, acércate. Quiero que leas lo que estaba escribiendo cuando llegaste... Lee, por favor...
El viejo extiende su cuaderno escrito con hermosa letra, extraña para un personaje así, para que el muchacho lo tome en sus manos.
—Lee en voz alta, por favor hijo, quiero escuchar como suena mi escritura en boca de otro.
Cristian comienza a leer, primero tímidamente y luego, a insistencia del viejo, en forma más fluida, mientras el viejo cierra sus ojos como queriendo disfrutar de cada palabra, haciendo ademanes y moviendo su cabeza de acá para allá, como si él fuera el que estuviera recitando el escrito...
“ Vida, ¿qué te he hecho, para que me des la espalda? ¿Cuál ha sido mi error, mi pecado? ¿Debo estar encadenado a perpetuidad, por un error?
“Vida, ¿eres tú la única? ¿no hay otra opción? ¿ninguna redención? Todos comenzamos la carrera desde el mismo punto de partida. ¿Porqué haces zancadillas a algunos y ayudas injustamente a otros?¿Cuál es tu cordel de medir? ¿dónde está tu equidad, tu justicia.?
“Vida, no te quiero. Sin embargo te necesito para hallar respuestas. Para descansar al fin en paz con ellas, para obtener la sonrisa de satisfacción en la cuna de la muerte.
“Vida, eres viento de invierno, cómplice del tiempo, que todo lo destruyes. Al final nada queda en pie. Soplas sobre nuestros sueños, nos empujas hacia lo desconocido. ¿Hacia dónde vamos?¿Hay alguien que lo sepa?... Vida, enigmática amiga, misteriosa enemiga ¿Quién eres al final? ¿Quisieras quitarte el antifaz? ¿Quisieras....
En este punto se interrumpe la escritura, y el joven detiene su lectura...
—¿Ahí quedé?...Oh, sí. –el viejo se lleva una mano al mentón mientras dirige su mirada al suelo, buscando algún pensamiento perdido–. “Quisieras... quisieras... dignarte... Sí, eso es :“¿Quisieras dignarte a mostrarme la verdad?”.
—Dame el cuaderno, hijo. Por favor...
El viejo se sienta nuevamente en la roca y escribe su última frase en el cuaderno. Luego lo dobla por la mitad, y lo introduce en el bolsillo exterior de su raída chaqueta.
—Su poesía parece como si estuviera escrita para mí –dice el joven, meditativo–. Es justo como me siento a veces.
—Aaah. No eres el único hijo, no eres el único. Este mundo está lleno de “buscadores de respuestas”. ¡Podríamos formar un club! –dice poniéndose de pié y alzando sus brazos, como escribiendo en el aire– “El club de los buscadores de respuestas perdidas”. Ja, ja, ja. Yo tendría que ser el Presidente... o el secretario. El tesorero si que no. No, no, no. Ja, ja, ja. Claro que no. Me tomaría toda la plata. Ja, ja, ja, ja, ja.
El viejo ríe desbocado, pero divertido, contagiando con su risa a Cristian, quién no puede evitar reír también.
— ¡Qué bueno que logré hacerte reír, hijo!. Parecías tan... tan... tan solemne. Ja, ja, ja. Pero eres tan humano como yo... ja, ja, ja. Excepto por lo borrachín.
El muchacho se le queda mirando desconcertado por un instante, a lo que el viejo al percatarse, detiene la risa mirando al muchacho inexpresivamente, para luego explotar nuevamente en una risotada...
— Jaa,jaa, ja, ja... ¡ Lo de borrachín es por mí, no por tí, tonto! Ja, ja, ja, ja, ja. –dice riendo, a lo cual el muchacho no puede evitar sumarse al jolgorio.
Luego de reír un poco, el viejo se tira en la arena, de espaldas, mirando al cielo con los brazos abiertos en cruz. Se produce un extraño silencio entre los dos. El joven se limita a observarlo intrigado, sin poder predecir qué vendrá a continuación. Con este extraño personaje se puede esperar cualquier cosa, piensa. De cualquier modo el viejo lo ha distraído de sus angustias, y eso se lo agradece desde el fondo de su corazón.
— “ Gracias”. –el susurro sale casi espontáneo, inconsciente.
— ¿Porqué, hijo? –responde sorprendido el viejo, apoyándose sobre su codo derecho, clavando su mirada ceñuda en el joven.
— Por... por hacerme olvidar un poco mis penas....–responde tímidamente Cristian.
— Oh. No sabes cuánto me alegro. El alegrar a un joven no es algo fácil de hacer ¿sabes?. A tu edad todo parece tan complicado, casi abrumador.. tan, tan... grave –dice con voz misteriosa, mientras posa su mano sobre el hombro del muchacho.
— ¿Cómo lo sabe?
— Ja, ja, ja. Yo también fui joven alguna vez, pues amiguito. Claro que de eso ha pasado mucha agua por debajo del puente. Mucha, mucha, muuuchaaaa, ja, ja, ja. Pero créeme, Cristian, –dice poniéndose serio– las cosas se ven bastante diferentes cuando uno se hace mas hombre. Lo que ahora te preocupa, después ni lo recordarás, te lo aseguro –dice con un gesto de su boca.
— Algunas cosas... no se pueden olvidar... –dice el joven, con un dejo de tristeza en la voz.
— ¡Por mi copete! Parece que aquí tenemos una verdadera pena de amor –exclama el viejo, incorporándose y sacudiendo la arena de sus pantalones. Con un ademán el viejo invita al joven a sentarse sobre la roca que le ha estado sirviendo de taburete para su “inspiración literaria”.
— Sin pretender ser “impertineto” ¿puedo preguntarte cuál es tu pena, hijo?. A lo mejor este viejo metiche puede darte algún consejo útil –dice el viejo, sentándose en la arena frente al muchacho –Podría apostar mi cuaderno de poemas de que hay una mujer de por medio.
— ¿Porqué lo dice?
— Bueno, siempre es así. Con muy raras excepciones –dice sonriendo.
El habla educada del viejo, intriga a Cristian. Algún misterioso pasado en él, le hace sentir una extraña confianza. Como si estuviera hablando con su abuelo y casi sin darse cuenta, relata todo el episodio en casa de Licha al viejo. Al finalizar su relato, con temor, espera alguna reacción superficial y “machista” en su interlocutor. Sin embargo la respuesta del viejo lo deja sorprendido y emocionado.
— ¡Ay, ay, hijo! –dice meneando su cabeza–. Ahora entiendo tu angustia. Esa mujer te arrebató de un golpe tu mirada limpia de joven sano. Por favor, nunca vayas a creer que experiencias como esa, te harán “hombre”, como dicen algunos. Bueno, ¿y tú que piensas?
— No sé. Estoy muy confundido –responde el joven, con voz entrecortada. Sus ojos se han humedecido otra vez –. No sé si deba decírselo a mi tío.
— ¡Por ningún motivo, hijo! Al menos no, por ahora.
— ¿No? –pregunta Cristian, intrigado por la coincidencia del parecer del viejo con el de la señora Soledad.
— No. Escucha el consejo de este viejo zorro. La mujer debe estar dando por descontado que se lo contarás a tu tío apenas vuelva del turno. Así es que debe tener alguna coartada astuta para salir del problema y dejarte mal parado a ti. Por eso debes aparentar que nada ha pasado, para que la “araña” se confíe y baje la guardia.
— ¿La araña?
— Ja, ja, ja. Sí, hijo. La “araña”. La astuta se portó como una araña venenosa –el viejo gesticula con las manos imitando los movimientos del arácnido–. Te tendió la telaraña y cuando te viste atrapado ¡Pum! Te atacó sin piedad. ¿Cuando vuelve tu tío?
— Hoy, a la noche. Como a las 10.
— ¿Hoy?. Bueno. Yo te diré con lujo de detalles, lo que harás. Y trata de mantenerte tranquilo. No des la impresión de que estás preocupado ni asustado ¿ ok?
El viejo explicó “con lujo de detalles” al joven los pasos a seguir. La conversación se extendió por unos 30 minutos.

A cierta distancia una muchacha observa atentamente la escena. Cuando Cristian se dirige en dirección a su pieza, oculta tras un camión estacionado a la berma de la carretera que colinda con la playa, le sorprende de improviso...
—¡Hola, loquillo!
Cristian da un sobresalto cuando la muchacha se le interpone por delante.
—¡Licha! Me asustaste. ¿Qué haces por aquí?
—Te observaba conversar con el “poeta copete”. ¿Dónde lo conociste? –La muchacha, de blujeans azules y chaqueta, le mira desafiante y con sus brazos en jarra.
—Lo conocí recién, mientras paseaba por la playa –el joven mantiene la vista en los ojos claros de la muchacha, sin amedrentarse. Por extraño que parezca, ya no siente miedo de su presencia, aunque no puede evitar sonrojarse al recordar el episodio de la otra noche. La muchacha al notar el sonrojo del joven, sonríe coqueta y complacida, pues sabe que es por ella. Cambiando totalmente el tono de su voz, se arregla el cabello.
—¿Sabías que el viejo era profesor universitario? –pregunta dándose importancia.
—¿El viejo? ¿El poeta? –responde con incredulidad el joven.
—El mismo, loquillo. ¿ Y sabes porqué está así? –pregunta la muchacha, señalando en dirección al viejo, con sus labios.
—No. No lo imagino.
—Por una mujer, loquillo. Por una mujer. Su esposa, creo.
—¿Cómo lo sabes? –indaga curioso el joven.
—Bueno en el grupo hay un loco que es pariente del viejo, o algo. Él nos contó que el pobre viejo pilló a su mujer con otro gallo que le ponía los cuernos, y que casi se volvió loco. El viejo llegó a estar preso por eso.
—¿La mató?
—No. Pero la jodió feo. Como era profesor de química, le tiró un ácido a la cara de la mujer y al gallo que le comía la color. A la vieja yo la conozco. Vive pa’rriba, pal’ lado de los basurales. Todavía se le nota una quemadura re´fea en el lado derecho de la cara. Claro que ya está vieja, pero dicen que cuando era joven, cuando le ponía los cuernos al viejo, era re’ bonita. Que se parecía a la “Julia Robert”.
—¿A quién?
—A la Julia Robert, la artista de cine pu’ ¿que no la conocí’?
—No, no la he visto.
—Es que vos’ no vai al cine. Un día te voy a llevar pa’ que la conozcai’.
—¿Y qué le pasó al poeta? –el joven cambia súbitamente la conversación ante la idea de verse en el cine siendo acosado en la oscuridad por Licha.
—Ah, bueno. La vieja y el “patas negras” lo denunciaron a los tiras, de intento de asesinato. Al pobre gallo le tiraron como cinco años en cana.
—Bueno ¿ y él no se defendió?
—Ay, que soy’ inocente vos’, loquillo. La galla con el medio “cuero” que se gastaba, le debe haber movido el “traste” a los tiras y el viejo llevaba toas’ las de perder. El “tuco” dice que a la vieja la vieron metia’ con uno de los tiras. Seguro que el “rati” le tapaba la cara con un paño antes de servirse a la vieja. Ja, ja, ja.
El último comentario de la muchacha hace que el joven no pueda evitar ponerse serio, guardando silencio.
—Oye, loquillo, no te enojís’ conmigo. Si la que jodió al viejo fue la “Julia Robert”, no yo, pu’.
—Disculpa, pero es que encuentro que lo que le pasó al “poeta” es muy penoso y no es para hacer bromas.
—Chutas, disculpa, pu’. Es que yo no hablo bonito como vos’, y no sé decir las ‘custiones’ como se deben. –responde la muchacha haciéndose la ofendida.
—No se trata de eso, Licha. Solo que.... bueno olvidemos el asunto. ¿Y qué le pasó finalmente al “poeta”.
—Bueno, después que salió de la cana, el gallo trató de ‘agüenarse’ con la vieja. Parece que la quería mucho. Pero la vieja nunca lo quiso perdonar. El viejo se cayó al frasco y se vino a vivir a la playa. A veces los cabros y yo lo encontramos tirado en la arena, muerto de curao, y lo llevamos a su pocilga y lo tapamos con los sacos que tiene. Pero el “copete” es buena onda. Siempre anda dando consejos. Claro que nadie lo “infla” ja,ja... –la muchacha detiene la risa al notar que no le hace mucha gracia a Cristian.
—Al menos a mí me dio buenos consejos y creo que los voy a seguir –susurra Cristian.
—¿Y se puede saber qué consejos te dio? –pregunta la muchacha con seriedad.
—Por ahora prefiero no decírtelo, pero no tienen nada que ver contigo.
—Bueno, loquillo. Te dejo. Voy a meditar a mi rincón ¿Me acompañas?
—Para otra vez será, gracias. Ahora tengo algo que hacer. Nos vemos. Chao.
—Chao.
Sí. Tenía mucho que hacer. Con paso decidido se dirige a su pieza, se lava, se cambia ropa, respira profundo, muy profundo, y se encamina a casa de Nélida esperando llegar cuando doña María ya esté en casa. Los consejos del “poeta copete” resuenan en sus oídos....

FIN DEL CAPÍTULO

lunes, marzo 03, 2008

—LA TELARAÑA— Cap. 17

Contra la corriente –Novela...

Recostado de espaldas, sobre su cama, repara en una araña que, laboriosamente, teje su red en uno de los rincones del techo, entre los palos que sujetan las tejas. El pequeño insecto teje por un rato hasta terminar su labor. Luego se retira a un rincón a esperar alguna descuidada víctima. Al cabo de un rato, una confiada polilla se posa sobre la delicada red. De nada sirven sus desesperados esfuerzos por librarse de la trampa. Bueno, sí sirven, pero para alertar a la araña que rápidamente se posesiona de su víctima, paralizándola con su veneno mortal. El triste final de la pequeña polilla, hace recordar a Cristian, una de las metáforas sobre la vida que su abuelo gustaba de contar...
—" Cuando crezcas te darás cuenta de muchas cosas, "Chato" –decía su abuelo, mientras sentado en su silla metálica en el patio, cortaba cuero con su cuchilla filosa sobre sus piernas, protegidas con el coleto de cabritilla, arreglando los zapatos para la escuela, de Cristian–. Por ejemplo, no toda la gente que conozcas es buena. Hay 'futres' muy malos, y mujeres también. Por eso conoce bien primero a las personas, después te fiai' de ellos."
El niño escuchaba paciente, encuclillado, mientras observaba a su abuelo trabajar. Sin entender mucho las cosas que decía el viejo, algo le hacía comprender que eran cosas muy importantes. Por ello escuchaba con mucha atención.
—" Hay personas que son como las arañas –decía, mientras le señalaba con su cuchilla para dar énfasis a sus palabras–. Preparan su tela pacientemente, engañando y tramando puras 'leseras'. Y cuando el confiado menos lo espera... ¡zas!, cae en su trampa y le meten el veneno."
—" Tata, ¿y cómo uno puede cuidarse para que no le metan el veneno? –preguntaba inocentemente el niño.
—" Evitando caer en sus trampas, pu' "Chato". Pero no es fácil. Por eso hay que conocer muy bien primero a la gente, antes de confiarse de ellos."
La araña del techo, ya tiene completamente inmovilizada a la desafortunada polilla, y procede a succionar sus jugos vitales. El sueño le vence poco a poco, confundiendo la realidad con la extraña pesadilla que le acomete. Se ve atrapado en una telaraña gigantesca mientras una enorme araña se aproxima amenazante. Sus esfuerzos por librarse resultan infructuosos. Llama desesperadamente a Alfredo, quien siempre le mira inexpresivo, ausente al peligro que le amenaza. Después de huir de un lado para otro, siempre seguido de la araña, despierta sobresaltado y mojado en sudor. Mira el reloj despertador en el velador. No puede creer que ya sean las 6 de la tarde.
Se moja medio cuerpo en el cuartucho y se dirige a casa de doña María para tomar onces. La “Negra” le recibe indiferente. Ya no se molesta en juguetear con el botapié de sus pantalones. ¡mas vale!. Ya lleva dos pantalones zurcidos por su causa. La puerta está sin llaves, así es que abre la reja y golpea suavemente. Nélida sale a abrir con su mini-mini y una blusa de seda semitransparente ( lo que siempre perturba al muchacho).
—Hola, “Cris”. Pasa. Te sirvo enseguida.
—¿Y doña María? –pregunta Cristian, un tanto nervioso.
—¿Mi mamá? Salió al centro. Fue a ver a una amiga que le cose la ropa. Le pedí que me retirara un vestido que me están haciendo. Volverá más tarde. Ponte cómodo, voy a la cocina a servirte.
No se explica bien por qué, pero la situación que se presenta, no le gusta nada. El que Nélida esté sola en casa le produce presentimientos extraños.
La voz de Plácido Domingo llena la habitación. El volumen alto de la radiocasetera casi no deja escuchar la conversación.
—Estoy escuchando a Plácido Domingo –Nélida casi grita desde la cocina para hacerse oír por sobre la voz del cantante–. Espero que no te moleste...
—No. No se preocupe.
—¿Cómo dices?...
—Que no se preocupe –repite el muchacho levantando la voz.
La muchacha aparece desde la cocina con una bandeja llevando dos tasas de té servido y algunos panes de dulce, los que pone frente al muchacho.
—Qué lástima que mamá no llegue –dice, mostrando fingida preocupación–. Iba a traer unos pastelitos. Me gusta la música clásica ¿sabes?. A mi mamá no le gusta. Dice que estoy “chalada”, que esa música es para viejos. ¿Puedes creerlo?. A ella le gustan “Los Prisioneros” y a mi me fascina escuchar a Plácido Domingo o Luciano Pabarotty...Ja, ja, ja, ja.
Nélida se sienta frente al muchacho con sus codos sobre la mesa y sus manos en el mentón, mientras su pródigo escote deja ver gran parte de sus pechos. Cristian no puede evitar notarlo y hace esfuerzos por desviar la mirada para no ser sorprendido.
—Por eso aprovecho cuando mamá no está para poner la casetera a todo “chancho”... Perdón... quiero decir a todo volumen... Ja, ja, ja. Es que de pronto se me sale la “rota” y me olvido que estoy con un joven tan educadito y gentil como tú –dice la muchacha, dando una picaresca mirada al joven.
Cristian siente que el rubor nuevamente sube a sus orejas y casi se cae la tasa de sus manos por el nerviosismo, cosa que, por supuesto, no pasa desapercibido a la muchacha, aunque trata de ocultar la satisfacción que le produce el comprobar que sus palabras hayan causado ese efecto en el joven.
—¿Y usted no se va a servir? –pregunta Cristian, sin mirarla.
—Claro. Es que ya me comí un dulce con mi mamá, antes que se fuera al centro...por eso estoy un poco inapetente.
Con coquetería se sirve un sorbo de té, sin quitar la vista de Cristian, quién no se atreve a mirarla a los ojos. Luego muerde un trozo de dulce, dejando caer a propósito, un trocito en su escote. Muy a pesar de su deseo, Cristian no puede dejar de dirigir su vista al pronunciado escote de la muchacha. Ella sonríe al notarlo.
—Después que termines, quiero mostrarte algo ¿ya?. –mientras retira su tasa y la lleva a la cocina.
Cristian solo asiente con la cabeza, un tanto perturbado. Luego ella se dirige a su dormitorio donde se encuentra el radiocaset que ha terminado de reproducir la primera parte. Al cabo de un instante, nuevamente se llena la habitación con la voz del tenor.
Después de unos diez minutos, aparece Nélida. Esta vez un fuerte perfume envuelve el ambiente.
—¿Terminaste?, ¿Retiro los cubiertos? –pregunta la muchacha con tono coqueto sin retirar su mirada de los ojos del muchacho quien baja la vista perturbado.
—Sí señorita Nélida, ya terminé. Gracias.
—Por nada, querido. Y no me sigas llamando “señorita”, o me voy a molestar ¿ah?. Ya te he dicho muchas veces que me llames “Nila”. Somos amigos ¿verdad?.
—Sí señorita Nila, quiero decir, Nila.
Cristian seca su frente con un pañuelo. No sabe si su bochorno se debe a lo caliente del té, o es por el nerviosismo que le produce la presencia de Nélida, o ambas cosas. Lo cierto es que le han dado unas ganas locas de salir corriendo y alejarse de esa situación embarazosa. Pero Nélida astutamente, se ha interpuesto entre el joven y la puerta de salida, impidiendo discretamente los pensamientos fugitivos de Cristian.
—Ven, acompáñame a mi cuarto, quiero mostrarte algo que sé que te gustará. Vamos, no tengas miedo, que no voy a comerte–. Le toma del brazo conduciéndole mansamente.
No sabe por qué, pero a Cristian se le antoja estar siendo conducido mansamente al matadero, o a una especie de lugar misterioso, lleno de secretos extrañamente atractivos y a la vez mortales. La voz de Plácido Domingo envuelve el ambiente, que junto al suave perfume de Nélida producen una atmósfera extraña, casi irreal.
—Ven, siéntate aquí –Nélida señala el borde de su cama– Te voy a mostrar algo. Espero que te guste. Cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga ¿ya?.. Sin hacer trampas ¿eh?.
Cristian cierra sus ojos y se imagina un torbellino de cosas. Su corazón late cada vez más fuerte, casi haciéndole resbalar de la orilla de la cama. ¿Sería cierto lo que se dice de Nélida en el barrio?, ¿que es una desvergonzada, y que ya antes de conocer a su tío Alfredo protagonizaba apasionados y tortuosos romances?. Pero ¿en qué le atañe eso a él?. Después de todo si es la polola de su tío, es problema de Alfredo, no de él. De todos modos se siente culpable de sus pensamientos. Porque no puede negar que frecuentemente tiene sueños prohibidos donde siempre termina por aparecer Nélida. Sueños donde el perfume de ella lo paraliza mientras Nélida recorre su cuerpo con esa mirada cínica y burlona. Donde siempre despierta mojado en transpiración y... mojando las sábanas, las que después tiene que lavar a hurtadillas de su tío, para que éste no note el desahogo del cuerpo. “ No te preocupes, Chato”, le tranquilizaba su abuelo, cuando eso le sucedía. “Si eso es normal en los muchachos. Les sucede a todos los hombres cuando son creciditos como tú”. Su mami nunca le hizo ningún comentario ni reproche cuando eso pasaba. Ella lavaba calladamente las sábanas “almidonadas”. Nunca tuvo problemas por eso. Pero cuando sueña con Nélida, no puede evitar sentirse culpable. Sentir que no está correcto. Aunque se repite que es solo un sueño. Pero algo le hace temer que en el fondo de su corazón, tal vez, desea que sea realidad. Por eso se siente culpable...
—Ya puedes abrirlos
—¿ Qué ?...
—Que ya puedes abrir los ojos, tonto. –La voz de Nélida le saca de sus cavilaciones... Por un momento se imagina...
—¿Te gusta?
Ella le muestra una de esas cajas de madera con tapa de vidrio que contienen clasificadas varios trozos de diferentes minerales, con su nombre escrito bajo cada piedra.
—Vamos, dime... ¿Te gusta?. Te lo traje por que sé que te servirá mucho para tus estudios de minería. ¿Qué te parece? –Nélida le mira complaciente, adivinando la sorpresa del muchacho.
—Oh, sí. Por supuesto. Muchas gracias. No tenía porqué molestarse...
—Si no es molestia, tontito. Además es por tu cumpleaños... Alfredo me lo dijo. Que cumpliste 17 años. Felicidades... Déjame darte un abrazo...
Cristian se incorpora turbado, mientras Nélida lo abraza efusivamente. A Cristian le parece que todo da vueltas. La atmósfera extraña producida por el canto del tenor y el perfume de Nélida le hacen perder la noción del tiempo. Todo se le figura que sucede con tanta lentitud, como secuencia en cámara lenta. El beso de Nélida le ha dejado paralizado. La voz de Plácido Domingo se le antoja distorsionada por la lentitud extrema de los sucesos. El perfume penetrante lo embriaga. Ella gesticula algunas palabras, pero el muchacho solo ve el movimiento de sus labios. Su corazón palpita descontrolado. Sus piernas tiemblan convulsionadas, obligándolo a caer sobre la cama. Cierra los ojos como una forma de huir. Pero no es posible evadirse. Ningún músculo de su cuerpo le obedece. Se encuentra como narcotizado por una poción que lo paraliza. Los sueños prohibidos se suceden con cruel realidad. Le manchan su cuerpo virginal, o mas bien lo queman, como brazas ardientes. Quiere gritar, pero las palabras no brotan. Es como si una poción misteriosa y maligna le hubiera robado el habla y la voluntad. Se siente como la polilla en el techo de su cuarto. Ya no ve ni oye nada. Solo siente sensaciones extrañas sobre su cuerpo joven que se niega a obedecer. La araña ha logrado atrapar a su presa.
De pronto la quietud.
Lentamente los sonidos comienzan a hacerse audibles. Los labios de Nélida, que algo le dicen, se le antojan distorsionados, como muecas en una burda pesadilla. Sin proferir palabra, se viste mecánicamente. Un sabor amargo le seca la boca, mientras una mano misteriosa le aprieta el vientre.
—¿Te gustó, Cris?. Sé que lo deseabas... ¿Era como lo imaginabas?...–le susurra cínicamente, mientras se viste.
No contesta. Solo la mira desilusionado, amargado,... odiándola y odiándose a sí mismo. Piensa en su tío, en Alfredo... ¿Qué le dirá?... ¿ Cómo podrá explicarle lo inexplicable?.
—Esto será un secreto entre tú y yo ¿verdad, Cris? –dice la muchacha, como adivinando los pensamientos del joven–. Por ningún motivo lo vayas a comentar con nadie, mucho menos con Alfredo. No te lo perdonaría. Además podremos hacerlo cuando tú quieras... ¿Te gustaría?... Vamos, háblame, dime algo...
No responde. Solo quiere huir de allí. No volver jamás. Nunca se imaginó que se sentiría así. Se odia por no haber tenido fuerzas para evitarlo. Lágrimas de impotencia se deslizan por sus mejillas. ¿Porqué tienen las cosas que ser así? ¿Porqué Tito tiene que vender drogas? ¿Porqué Nuri debe estar esclavizada a ellas? ¿Porqué su Tata tenía que abandonarlo antes de estar listo para la vida?. ¿Porqué permitió que Nélida lo sedujera?... Son muchas preguntas sin respuestas.
La “Negra” se le queda mirando triste y melancólica. Como si adivinara todo lo sucedido, con el hocico entre sus patas. Ni siquiera se incorpora para despedirlo como suele hacerlo. Solo se le queda mirando como diciéndole que lo lamenta, que ya no hay nada que se pueda hacer...
Nélida se ha vestido rápidamente y le llama. No la escucha. Su mente está lejos de los sonidos y los sentidos.
—¡Cris,...Espera, debo entregarte el regalo de Alfredo...! ¿No vas a esperar que llegue mi mamá? Ella trae unos pasteles para ti....
Al cerrar la puerta de la reja, Nélida, con preocupación, le habla tratando de no ser escuchada por algunas personas que pasan por allí...
—¡No olvides lo que te dije... Es nuestro secreto!...

Por no sabe cuanto tiempo, solo camina desorientado. La gente al pasar se le antoja habitantes de un extraño mundo que no se percatan de su presencia. Como si estuvieran en otra dimensión, donde él fuera invisible para todos. El viento helado de la tarde y la incipiente oscuridad le hacen percibir que deben ser ya pasadas las ocho de la noche. De pronto, y sin saber cómo, se encuentra frente a la puerta de doña Soledad, “La loca”, como le dice el Antuco. Sin golpear ni proferir algún sonido que lo explique, la puerta se abre, y el rostro sonriente de doña Soledad se le antoja una suave caricia maternal.
— Cristiancito, pasa. Te estaba esperando –dice, con el “Pequitas” en sus brazos, mientras con un gesto le invita a entrar. El perro se esmera en dar lengüetazos en las mejillas de Cristian quien apenas puede esquivarlos.
—¿Me esperaba? –pregunta intrigado el joven.
— Sí, pues. Hace días que no vienen a verme con el Tuquito... ¿Están enojaditos conmigo? –responde sonriente la mujer, mientras se sienta en el sofá.
— Pero.... ¿qué te ha pasado tesorito, que tienes tus ojitos rojos? ¿haz estado llorando? –continúa la mujer sin esperar respuesta a su primera pregunta. Su voz suena maternal y lastimera, como si quisiera acariciar al joven con sus palabras–. Dime... ¿hay algo en que te pueda ayudar? Puedes confiar en esta viejita loquita. Yo conozco mucho de la vida, y sé que a ti algo te sucede que te ha causado mucho dolor ¿verdad?
El joven trata de gesticular una palabra, pero el sollozo espontáneo se lo impide. Instintivamente se acurruca en el regazo de la mujer quién tiernamente le acaricia el cabello. El “Pequitas” también parece comprender la pena del joven, pues pone su cabeza junto al regazo de Cristian.
— No hables, tesorito... solo desahoga tu pena. Te hará bien. Ya habrá tiempo para que conversemos y hagamos algo que te pueda ayudar. Los problemas se pueden solucionar conversando calmadamente hasta que se encuentra siempre una salida. Todo tiene solución en este mundo, Cristiancito, incluso la muerte.
El rostro sonriente de su Abuelo se le aparece con su mirada tierna y apacible. Pareciera decirle que confíe en la señora Soledad. “Los viejos tienen la sabiduría del tiempo, chatito, –decía– si tan solo los jóvenes supieran prestar atención a sus consejos... ¡cuantos problemas se evitarían!”.
La mujer acaricia la cabeza del joven por un buen rato, balbuceando algunas palabras como si se tratara de un pequeño niño triste, o como suele consolar a su muñeca “Mimí”, en sus momentos de desvarío. Al cabo de un espacio de tiempo, indeterminado para el joven, se siente mas tranquilo. Y tal vez con la confianza de que doña Soledad no conoce a su tío ni a Nélida, poco a poco le confía todo lo ocurrido en casa de doña María, y de lo mal que se siente por ello.
—Ay, tesorito. No sabes la pena que me da oírte decir lo que te ocurrió –dice tiernamente la mujer–. Al mismo tiempo es tan hermoso escuchar cómo ves las cosas con tanta madurez, Cristiancito.
—¿Madurez? –pregunta intrigado el joven, incorporándose hasta quedar sentado al lado de la mujer, quien con su pañuelo seca las lágrimas de Cristian.
—Madurez, pues hijito. Otros jóvenes andarían vanagloriándose por ahí, o aprovechándose de la situación, traicionando la confianza de los que los aman. En cambio tú te apenas tanto por tu tío, y por lo que ocurrió. Porque lo que ocurrió fue un abuso de confianza, y una traición sin nombre por parte de esa... de esa desvergonzada. –agrega con indignación.
—Me siento tan podrido, tan malo.... –balbucea triste .
—Ay no, mi amorcito –dice la mujer, poniendo su brazo alrededor del joven, mientras el “Pequitas” echado en su regazo, lame sus manos como si entendiera la situación–. Usted no tiene nada que ver en la situación.
—Pero yo a veces tenía pensamientos... malos de... ella. Y a veces le miraba.....
—No, cariñito –interrumpe la mujer, con ternura–. Ella es una mujer adulta, y astuta, hijo. Seguramente te provocaba para despertar esos pensamientos en ti. A esas mujeres les gusta mostrar sus piernas y otras “presas”, ji, ji, ji, para alborotar a los incautos, y tú en tu inocencia no te diste cuenta. Tú eres muy sano de mente, Cristiancito.
—¿Cómo sabe que ella hacía eso?...–pregunta inocente, el joven.
—Ay, ji, ji, ji. Es que una cuando llega a vieja, aprende a conocer a la gente, mi amorcito. Cuando los jóvenes van, nosotros los viejos, venimos de vuelta varias veces ya, ja, ja, ja. Ay, no vayas a pensar que me río de tu penita –dice cambiando el tono de la conversación–, es que yo soy así, tu me conoces....¿verdad?
—Sí, no se preocupe doña “Sole”. Yo entiendo.
—Además piensa en esto hijito: ¿Tú buscaste la ocasión para estar a solas con ella?
—¡No! –se apresura a responder–. Lo que pasa es que justo se dio la casualidad de que su mamá había salido al centro, y....
—Mmm, –murmura la mujer frunciendo el seño y negando con su cabeza–. Ninguna casualidad mi niñito. Seguramente la muy astuta lo preparó todo muy cuidadosamente para entramparte. Nunca hay que confiarse inmediatamente de las personas, cariñito. A veces no representan lo que son. Por eso yo no tengo amigas aquí en el barrio. –bajando la voz como para no ser escuchada agrega casi susurrando: Son todas unas hipócritas y lenguas de víbora. Menos la Rebequita y doña Luisa, la del almacén, que son toda unas señoras.
—Ahora no sé cómo voy a decírselo a mi tío. Capaz que no me crea., y...
—¡No, no, no!. –interrumpe la mujer, frunciendo el seño–. Si me permites aconsejarte, yo te voy a decir lo que tienes que hacer, hijo. Deja que una vieja con experiencia te aconseje... ¿Tú le dijiste a... a esa desvergonzada que le ibas a contar a tu tío?
—No. Pero parece que cree que lo voy a hacer, porque insistió mucho que no se lo dijera, y se notaba como asustada.
—Bueno, deberás tranquilizarla diciéndole que no le contarás nada a tu tío. Por que si cree que se lo dirás, puede adelantarse e inventar quizás qué calumnia contra ti para salir bien parada con tu tío.¿ya?. Entonces lo primero que debes de hacer es volver donde ella y decirle que esté tranquila, que no le dirás nada a tu tío.
—Pero ¿y si quiere que volvamos a.....?
—Tú le dices que no te sientes bien, no más, y que otro día podría ser...
—Pero mi tío llega mañana en la noche, y tenemos que almorzar todos los días en su casa... y yo me voy a poner muy nervioso....
—Cristiancito, confía en mi. –agrega la mujer en tono maternal–. Verás que podrás superarlo. Por último inventas una gripe o una enfermedad al estómago y almuerzas y te retiras altiro, y te vas a tu cuarto. Yo te diré en qué momento se lo dirás a tu tío.¿de acuerdo, amorcito?
—Está bien, doña “Sole”.
—Ahora anda donde la desvergonzada esa, y discúlpate con ella por habarte ido así tan de improviso. Yo sé que eso la va a tranquilizar. A esa yo la conozco muy bien...
—¿La conoce usted? –pregunta muy sorprendido el joven.
—¿Y quién no, cariñito?. Si aquí en el barrio todas las “lenguas de víbora” la “descueran” todo el tiempo en el almacén. Así que ahí me entero de todo lo que pasa en la población. No es que yo me meta en chismes –se apresura a aclarar–, pero una no puede evitar escuchar a las cotorras peladoras. Si yo te contara lo que dicen de ella... pero por respeto a ti y a tu tío no voy a repetir chismes. Pero creo que tu tío no merece una muchacha así. Me imagino que él debe ser una persona muy correcta ¿verdad?
—Sí. Y yo lo quiero mucho, por eso me da tanta pena....
—No te preocupes. Déjamelo a mí. Yo te voy a ayudar. Ahora ve donde la... muchacha esa, antes que se haga mas tarde.
Cristian, con mucho nerviosismo regresa a casa de Nélida. La muchacha que ha sentido el ruido de la reja al abrirse, se apresura a recibirlo.
—Me tenías preocupada, Cris’. Llegó mi mamá hace rato y me preguntó porqué te habías ido. Le dije que te habías sentido mal –dice apresuradamente en voz baja, para no ser escuchada por doña María–. Recuerda lo que te dije... ¿No le contarás lo que pasó a nadie, ¿verdad?, ¿verdad?
—No se preocupe señorita Nila, no se lo diré a nadie, y menos a mi tío –responde en voz baja Cristian–. Lo que pasa es que me dio vergüenza, y me dio miedo que mi tío se vaya a enterar...
—No te preocupes por eso, amorcito. Él no tiene porqué enterarse. No te olvides que este es un secreto entre tú y yo. Mira, vamos a fingir que no ha pasado nada, para que él y mi mamá no sospechen. Y cuando él esté de turno, yo te aviso cuando mi mamá no esté. A veces ella viaja a Tocopilla y vuelve al día siguiente. Ahí puedes venir a quedarte conmigo si deseas ¿ya?.
Cristian asiente con la cabeza, mientras entran en la casa.
Doña María lo recibe con la amabilidad exagerada de siempre, ofreciéndole algún medicamento para su “repentino dolor de cabeza” que lo obligó a retirarse. Después de casi obligarlo a servirse unos pasteles que trajo “especialmente para la ocasión” –dijo-, le entrega un pequeño paquete de regalo que Alfredo le dejó para que le fuera entregado. Al abrirlo se encuentra con un hermoso reloj pulsera, el mismo que Cristian le admirara varias veces al vérselo puesto. Una pequeña tarjeta decía:
“Para mi querido y amado sobrino, a quien quiero mucho y prometo cuidar siempre... Tu tío y amigo... Alfredo”.
El joven no puede evitar sus lágrimas espontáneas, producidas por un profundo dolor en el pecho. Se siente tan podrido, tan desleal.
—Ay, pobrecito... se emocionó –dice doña María entrecruzando sus manos–. Debes quererlo mucho ¿verdad?
El último comentario de doña María solo logra que las emociones del joven se sacudan más y rompa a llorar. Nélida aprovecha la situación para abrazar inocentemente al joven.
—Alfredo y yo también te queremos mucho –dice fingiendo ternura–. Te vamos a cuidar muy bien cuando vivamos juntos, después que nos casemos.
El comentario de Nélida logra que las lágrimas sinceras de Cristian se detengan abruptamente. Después de agradecer las atenciones a doña María, el joven se disculpa y se retira a su cuarto. Nélida se le queda observando con una sonrisa de satisfacción.
Al llegar a su cuarto, Tito le sale al encuentro.
—Oye, compadre, ¿dónde te habías metido? ¿Te acuerdas que te dije que íbamos a organizar un carrete por tu cumpleaños?
—Ah, sí. Lo recuerdo. Pero perdóname Tito, no tengo ánimo para nada, la verdad es que me siento bastante mal, y lo único que quiero es acostarme.
—Puchas, menos mal.
—¿Menos mal?
—Si, pu’ compadre. Lo que pasa es que se nos “chingó” el carrete. Surgieron unos problemas con algunos locos del grupo. Así que vamos a tener que dejarlo para otro día. ¿No te enojai’?
—¿Enojarme?... Al contrario. Me alivia, porque tengo un dolor de cabeza que no me lo aguanto.
—Lo que te falta a vo’ compadre, es debutar con una mina, y se te van a pasar todos los malestares, Ja, ja, ja.
Cristian apenas responde con una mueca al disparate de Tito. Obviamente no le causa ninguna gracia.
Después de tomarse una pastilla para el dolor de cabeza, se acuesta a medio vestir. Sus negros pensamientos lo sumen en angustia y desesperación. La soledad de su cuarto se vuelve gigantesca, intolerable, insoportable. Las palabras de doña soledad resuenan en su mente. ¿Cómo se resolverá este enorme problema? Solo Dios lo sabe... solo Dios lo sabe....

FIN DEL CAPITULO 17

jueves, febrero 14, 2008

NUBARRONES EN EL HORIZONTE—Cap- 16

El día Viernes, después de clases se le presenta la oportunidad a Cristian de hablar con Licha, la “Rambo con pechugas” como le dice Tito. Mientras conversa con el Antuco en el almacén de doña Luisa. La muchacha entra al negocio a comprar cigarrillos. Al verlo, le mira con una extraña sonrisa, mezcla de sorpresa, suficiencia y coquetería. Ella va cuidadosamente maquillada, lleva blujeans, y una blusa de seda semitransparente. Un pañuelo amarra su hermoso cabello; lo que le da un aspecto muy femenino que realza su agraciado rostro. Después de pedir sus cigarrillos y al notar que Cristian se dirige hacia la puerta del negocio, se dirige al joven con tono coqueto...
—¿Y dónde te escondes tú que no se te puede encontrar, “loquillo”?
El “Antuco” se queda boquiabierto al observar a la hermosa muchacha dirigirse a Cristian con tanta familiaridad.
—¿Le habla a usted, socio?
—Sí, me habla a mi. Después seguimos conversando, Antuco.
El niño se despide de Cristian, y se retira dando reiteradas y pícaras miradas al joven. La muchacha se dirige, junto con el joven, hacia uno de los antejardines de una casa, cerca del almacén, y bajo uno de los postes de alumbrado público.
—¿Quieres fumar?
—No. Recuerda que te dije que no fumaba.
La muchacha enciende un cigarrillo, con mucha calma, como tratando de observar cada reacción del joven.
—Me había olvidado. El otro día te vine a buscar a tu casa y el “loco Tito” me dijo que no estabas... –dice la muchacha, mirando fijamente a Cristian, arrimándose a la reja de madera del antejardín.
—Es que había ido a estudiar a la casa de un compañero de curso. Pero llegue luego. El Tito me contó que habías venido –responde el joven, tratando de disimular el nerviosismo que le causa la muchacha.
—Yo creía que te habías negado... Bueno no te culpo... después de la manera como me comporté contigo la última vez que conversamos... ¿todavía estás molesto conmigo? –dice la joven, acercándose a Cristian dejando sentir su perfume, lo que pone más intranquilo al joven.
— No, no estoy molesto... pero sí estoy preocupado...
—¿Por ti? ¿Crees que te voy a hacer algo? –interrumpe la joven, con cierta preocupación en su rostro–. Yo te prometo que jamás te haré nada, quédate tranquilo.
— No, si no es por mí. Yo no te tengo miedo –dice el joven tratando de que su voz suene lo más serena posible.
— ¿Ah no?. ¿Crees que podrías vencerme? –interrumpe la joven con aire de suficiencia.
— Por supuesto que no. Yo me he enterado de lo que le haz hecho a algunos que se te han enfrentado. Pero aunque pudieras golpearme o herirme... ¿Qué demostraría eso? ¿No rebajaría tu femineidad?
— ¿Y quién te dijo que yo soy femenina? ¿Sabís’que no estoy ni ahí con ser femenina?
— Es una pena. Porque eres muy bonita, y cuando te pones vestido te ves muy... muy...
— ¿Muy qué...? –la muchacha no puede disimular el interés que despiertan en ella las palabras de Cristian.
— Femenina....
— ¿Y eso te gusta?
— ¿A mí?
— A ti, pu’ ganso. Con quién más estoy hablando....
— Bueno, sí. Me agrada.
El joven no puede evitar ruborizarse, cosa que la muchacha nota enseguida.
— Pero andai’ pololeando con otra ¿verdad?. Y me dijiste que no te gustaba pololear... Eres un mentiroso, igual que todos los hombres.
— Eso no es cierto... No sé quién te lo haya dicho. Pero no es cierto. Y no soy ningún mentiroso... Además...
— ¿Y la tal Nuri esa?. La flacuchenta de tu curso... ¿me lo vas a negar?
— ¿Nuri? Somos muy buenos amigos, y no lo niego. Pero no tengo nada con ella ni con nadie. –El joven responde con seguridad y aplomo, lo que hace titubear a la muchacha.
— ¿Y cómo a mí me dijeron que pololeaba contigo... y que ...?
— ¿Quién te lo dijo?... Eso es mentira...
— ¿Y si te dijera que fue ella misma la que me lo dijo?
— ¿Nuri? No lo creería. Ella no sería capaz de inventar una cosa así.
— Pa’ que veas. Porque sí lo dijo...
— ¿Cuándo te lo dijo?...¿ cuando la fuiste a golpear con el Claudio...?
Las palabras de Cristian resuenan como reproche a los oídos de la muchacha quién baja la cabeza, sin responder.
—¿Ella te lo dijo?....
— Mira Licha, tu me caes muy bien –responde el joven sin contestar su pregunta–. Pero no creo que tengas derecho a andar golpeando a todas mis amigas por el simple hecho de que se juntan conmigo. Además yo y tú no pololeamos ni tenemos ninguna clase de compromiso. Y si quieres que algún día ... haya algo... te digo, vas por muy mal camino. Tú vives en un mundo distorsionado, amiga. Las parejas felices no se forman por andar amenazándose ni golpeándose unos a otros para defender su confianza. La lealtad nace del corazón, cuando realmente se ama a una persona, y cuando esa persona confía plenamente en la otra, y cuando se hablan la verdad una a la otra. Yo no estoy seguro de mis sentimientos ahora. Por nadie. Y si alguna vez me enamoro, será cuando tenga la edad suficiente para confiar en mis sentimientos y cuando esté seguro de que no se trata de un entusiasmo pasajero. Y espero enamorarme de alguien que verdaderamente me ame por lo que soy, y que confíe plenamente en mí.
La muchacha se le queda mirando completamente confundida. Nunca nadie antes le había hablado así,( sin ir a parar al hospital). Por ello sus manos empuñadas contrastan con sus ojos vidriosos. Solo atina a balbucear algo inteligible entre dientes. Cristian, sin quitarle los ojos de encima, atento a cualquier ademán de agresividad, continúa....
— Y si ahora quieres golpearme por decirte la verdad... hazlo. Yo no voy a mover un solo dedo contra ti, por que eres una dama, y a las mujeres hay que respetarlas... bueno, simplemente porque son mujeres... Finalmente te agradecería que no molestaras más a Nuri. Ella es una buena amiga, que sufre mucho por su familia y no merece que la traten así.... ¿Lo harías?...
— Te lo prometo...–
La voz de la muchacha apenas se entiende por la emoción que le han causado las palabras del joven. Cristian apenas puede creer que aún conserve sus ojos sanos sin algún golpe de la muchacha. Ella, por un instante se le queda mirando con sus ojos húmedos, para luego besarlo sorpresivamente en la mejilla y salir corriendo en dirección a la parte alta del barrio. Cristian no puede dejar de sentir una desazón en sus emociones. Algo le dice sin embargo que Nuri ya no tendrá de qué preocuparse...
Al tomar el camino de regreso a su pieza, divisa a Tito, conversando con el Johny diez pesos, en la esquina siguiente, quienes no se percatan de la presencia del joven. Cristian trata de pasar desapercibido, para no ser visto por el Johny, quién desde la experiencia de la fiesta le causa un temor creciente. Aprovechando la presencia de un frondoso árbol, y el crepúsculo de la tarde, Cristian trata de pasar rápidamente para no ser notado por los dos jóvenes. Sin embargo no puede evitar escuchar parte de la conversación.
“— Bueno, yo te estoy dateando no más pu’ loco. El Jote está engrifado con vos’. Vos sabrís qué vai’ a hacer. –dice el Johny, recibiendo un dinero de parte de Tito.
“— Putas’ pero vos sabís que yo nunca les he jugado chueco, pu’ Johny. ¿Acaso alguna vez me he chantado con blanca? ¿ No les he jugado derecho siempre? ¿Pa’ qué andan con custiones’ ahora, pu’ loco?
“— Oye, compadre, no me contís’ chivas a mí, loco. Anda a decírselo’ al Jote. La cuestión es que al Jote lo datearon que vo’ le estai’ cobrando demás a los “angustiados” y te quedai con la cola pa vo’. No seai’ gil, loco. Acuérdate lo que le pasó al Rucaco por hacerse el avispao’. Ahora se lo chupetean los gusanos en el patio de los callaos’ por gil.
“— Pero al Rucaco se lo echaron los Pescaos grandes que tratan con “los Malditos”, pu’ loco–. replica Tito.
“—¿Vos’ soy gil, o te parieron verde? ¡Si son los mismos con los que trata el Jote, loco! ¿Vos’ creí que iban a dejar que otro lote se metiera en su territorio?.¡Soy’ bien balsa, loco.! ¿Porqué creí que “los Malditos” no se metieron con nosotros?
“—¿Porqué?
“ —Porque saben que fueron los pescaos grandes pu’ gil. Y no pueden hacer nada. Tienen que morir piola no más. Esas son las reglas, pu’ loco. El que se hace el toni, se muere y el que reclama, le hace compañía en la cama de tierra. ¿Cuánto tiempo llevai’ con nosotros, loco, y todavía no aprendís na’?.
Crístian no puede dar crédito a lo que ha escuchado. ¡Tito metido en las drogas!. Y pensar que su amigo ya estaba organizando una fiesta para celebrar su cumpleaños de mañana. Con esto ni loco con aceptar. ¿Pero cómo podrá zafarse sin levantar sospechas? De pronto un nudo se aloja en su estómago, produciéndole un horrible dolor. Al llegar a su cuarto siente que se le revuelve el estómago. Casi corriendo logra llegar al cuartucho de baño y vaciar todo lo almorzado, hasta que ya no queda qué mas vomitar. Siente que todo le da vueltas. Se deja caer sobre su cama, sin poder contener el llanto. No sabe si por decepción, angustia, pena, miedo, o quizás todo eso junto. El caso es que siente como si fuera la única persona en el mundo. Un terrible sentimiento de soledad le invade. Recuerda a Andrés Ávila, su compañero de curso.”Este mundo es más terrible de lo que te imaginas”, le dijo una vez. “Pero hay motivos para ser optimista”, había agregado. ¿Qué habrá querido decir? El Lunes en clases se lo preguntará. Las imágenes de su abuelo, Nélida, Alfredo, Tito, Licha, Nuri, desfilan por su mente confundida y atormentada. El sueño lo vence sin percatarse. Se queda tirado sobre su cama, como un soldado rendido y derrotado.
La luz de la mañana que se cuela por la ventana lo despierta suavemente. Recuerda que es Sábado. Hoy cumple diecisiete años. Los recuerdos de antaño llenan su mente. Sus abuelos acostumbraban a celebrarle sus cumpleaños junto a todos sus amigos. De pronto recuerda el rostro sonriente de Beatriz, “su Bety”. Ella siempre le recordaba que ambos tenían la misma edad, y solo se llevaban por unos cuantos meses. Quizás era una manera de decirle que podrían tener algo.... Pero su timidez nunca le permitió averiguarlo. A pesar que los ojos almendrados de Bety le miraban esperanzados. Se le vienen a la mente los ojos almendrados de Nélida, la polola de su tío. Pero es el único parecido. Nélida es como misteriosa, como si algo tramara. Lo que más le molesta es que parece disfrutar cuando Cristian la sorprende besando apasionadamente a Alfredo. Parece que lo hiciera a propósito. La ha sorprendido mirándolo de reojo cuando besa a su tío. Mira el reloj despertador del “velador”. Las once treinta de la mañana. De pronto siente un hambre atroz. Claro, si la noche anterior vació todo el estómago. Siente todo el cuerpo adolorido, como si lo hubieran golpeado los de la patota de los “Malditos”, o los “Gatos pardos”. Con lo que oyó decir a Tito y al Johny, da lo mismo. Para colmo de males anoche volvió a “almidonar” las sábanas soñando con Nélida. Tendrá que lavarlas pronto antes que su tío las vea el Domingo en la noche cuando llegue cantando “Noelia”, la canción de Nino Bravo, “a toda jeta” como dice Tito, cuando se baña. Por primera vez una extraña sensación de inseguridad y temor le invade el alma. Pareciera que su vida cada vez se pone más peligrosa. Como nubarrones negros en el horizonte que presagian tormenta. ¿Qué pasará con Tito? ¿Podrá enfrentarlo y decirle que ya no quiere juntarse con él? ¿Qué no le interesa envolverse en las drogas?. ¿Cómo reaccionará el Claudio, cuando Licha le diga que no intervendrá en su amistad con Nuri? ¿ Deberá contarle a Alfredo los comentarios que ha escuchado acerca de Nélida, y lo que él mismo ha percibido? ¿Y si no le cree, y al final resulta para peor y se enoja con él?. Son demasiadas la inquietudes que le perturban. Decide evadirlas por el momento. Se ducha en el cuartucho, se cambia ropa, hace un poco de aseo en el cuarto, y se dirige a casa de Nélida a almorzar. Por alguna razón la muchacha no está. Doña María se comporta especialmente amable con él. “por que es tu cumpleaños”, le dice. El nudo que tiene en el estómago, apenas le permite comer algo del asado con puré que doña María le preparó.
—“Cris”, No has comido nada...¿Qué te pasa, hijo? ¿Estás inapetente?... –doña maría usa ese tono bonachón y maternal que incomoda a Cristian por lo caricaturesco que le suena.
—Disculpe, señora María, pero es que ando un poco enfermo del estómago...
—Ay, espero que no sea por algo que comiste aquí... Porque no viniste a desayunar ¿verdad?. Nila me dijo que no habías venido.¿sabes?
—No, en realidad no vine. Lo que pasa es que me quedé dormido. Debe ser que estoy nervioso por unas pruebas que tengo que dar y no he estudiado mucho (es lo primero que se le viene a la mente como excusa).
—Bueno, come lo que puedas. Lo demás te lo puedo guardar para las onces. Porque vendrás ¿verdad?. No olvides que hoy te tenemos unas onces especiales por encargo de tu tío Alfred. Nila anda haciendo unas compras por encargo de tu tío. Y él no me perdonaría que tú no estuvieras.¿sabes?
—Si, vendré no se preocupe...
—Si quieres te recuestas un rato en el cuarto de Nila a ver televisión, y te pegas una siesta . Yo te cierro la puerta para que descanses. ¿quieres?
—No, no. No se moleste –Cristian reacciona instintivamente. La idea de ser sorprendido durmiendo por Nélida en su cuarto le hace doler más el estómago–. Aprovecharé de hacer algo de limpieza en la pieza antes que llegue mi tío, y luego vengo como a las cinco ¿está bien?
—Entonces ven un poquito más tarde, “Cris”. porque tengo que salir al centro, y Nila no sé como a qué hora llegará. ¿sabes? ¿A las seis está bien? –dice la mujer con esa manera bonachona.
—Sí, está bien. Vendré como a esa hora. Gracias. ¿me puedo retirar?
—¿No te vas a servir el postre?
—No, está bien. Gracias. A la tarde me lo como ¿quiere?
—Está bien, regaloncillo, mañosito. Te esperamos no lo olvides –dice la mujer pellizcando la mejilla del joven, mientras retira los cubiertos de la mesa.
La “Negra” trata de juguetear con el bota pie de Cristian, pero el joven ya aprendió a esquivarla. Ser perro tiene sus ventajas, piensa Cristian, no tienen mayores problemas que comer, dormir y corretear perras en celo.
Al llegar a su cuarto se recuesta en su cama. Decididamente le contará a su tío lo que descubrió de Tito. Sí, eso hará. Es demasiado serio para guardarlo.



FIN DEL CAPÍTULO 16